((**Es18.587**) Don
Bosco no era un nombre nuevo para mí: lo había
leído años atrás en las Lecturas Católicas, que él
dirigía, y nos daba a leer la señora Casati, que
sabía lo mucho que nos gustaban. íMenuda fiesta
hicimos mi hermano Ricardo y yo el día en que nos
regalaron la Historia Eclesiástica de don Bosco!
íCon qué alegría la leíamos! Por eso yo quería ya
a aquel hombre aun sin conocerlo. Y cuando lo vi y
lo conocí, y puso su mano sonriendo sobre mi
cabeza, me pareció que era el Señor cuando
bendecía a los niños. Me recordó a mi padre, y
empecé a tenerle el mismo cariño que a él, pero
con mayor reverencia y todavía más confianza. Era
la primera vez que veía un cura entre los
muchachos, contento entre ellos, afable con todos
sin distinción alguna. Entonces se me ensanchó el
corazón y aprendí qué es un sacerdote de verdad.
Entré en el Oratorio de don Bosco el día 15 de
octubre de 1871: me acompañaron mi madre y la
señora Casati. Me recibió don Pablo Albera 1, y me
preguntó si iba a ser bueno. >>Cómo no iba a
responder que sí?
Los primeros días me resultaron amargos, sobre
todo porque se hablaba muchísimo en piamontés y,
como yo no lo entendía, era burlado y maltratado
2. Me encontraba como abandonado en medio de tanta
gente, para quienes era forastero, y me acordaba
sin cesar de mis hermanos y de mi madre. Pero esto
duró poco tiempo. Vi a don Bosco, conocí a sus
otros sacerdotes, llenos de bondad y de caridad.
Y, por fin, me gustó el Oratorio. Pero aquella
rudeza piamontesa de algunos compañeros, que tanto
me amargó durante los primeros días, se clavó en
mi corazón y todavía hoy, que quiera que no
quiera, se me presenta de vez en cuando.
((**It18.683**))
Ingresé en el primer curso de bachiller y era uno
de los últimos. No me acobardé y cobré ánimos.
Durante los primeros meses no entendía nada y
estaba como aturdido en medio de aquella novedad
de cosas y de vida. Pero, en cuanto logré situarme
y orientarme, empecé a marchar hacia adelante y a
avanzar de forma que, al fin de curso, si no era
uno de los primeros, estaba junto a ellos.
El maestro del primer curso, don Domingo Bruna,
es al que recuerdo con más gusto y satisfacción de
todos los que tuve en el Oratorio. Me quedaron
impresionados para siempre su natural seriedad, y
su escrupulosos aprovechamiento hasta de un
minuto: recuerdo poco su condición de maestro,
pero sí la de su carácter constante y serio. Al
principio me daba miedo, y cuando lo veía
acercárseme, me escapaba. Pero una vez, en un
estrecho pasillo, me di con él cara a cara y me
dijo riendo:
- Esta vez no te escaparás.
Y me preguntó si ya había sido admitido para
hacer la comunión. Respondí que no, porque el
párroco de mi pueblo tenía por norma no admitir a
nadie hasta los doce años, aunque a los muchachos
y a nuestros padres no nos agradaba aquella norma.
Por eso, aunque al principio me llamaba la
atención la frecuencia con que todos se acercaban
a la comunión en el Oratorio, al mismo tiempo me
agradaba; vi en ello también la anchura de corazón
y la generosidad de don Bosco y eso me acercó cada
vez más a él y al Oratorio.
Estuve nueve años en el Oratorio 3, sólo
interrumpidos por el mes de vacaciones que pasé
con la familia durante los primeros cinco años.
Hice normalmente todos los cursos del
bachillerato, porque don Celestino Durando 4 no me
permitió saltar ninguno,
1 Era el prefecto externo.
2 El era natural de Arosio, en Brianza, comarca
de Lombardía.
3 Entonces los clérigos hacían el noviciado y
los cursos del posnoviciado en el Oratorio.
4 Director de estudios, como entonces se
llamaba al consejero escolástico.
(**Es18.587**))
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