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Dios, el mejor de los bienes, y al prójimo, que
representa la imagen del Dios viviente. Así, pues,
no puede ser divina una obra que, aunque se haya
iniciado en nombre de la fe, no tiene por
compañera la caridad de Jesucristo, y si el que
pone la mano en ella mira más a la propia bolsa
que, al honor de Dios, si mira más su propio bien
y lleva el agua a su propio molino; si no busca
más que su propio gusto, si mira las cargas
eclesiásticas y seculares, si mira a los honores y
a las compensaciones, a asegurar la familia y
multiplicar el patrimonio y los capitales, esta
obra no puede ser más que humana y, más pronto o
más tarde, está llamada a desaparecer. Dios es la
pureza por esencia, espíritu simplicísimo y ajeno
a la sombra de la culpa, y observan ese mismo
espíritu aquellos cuyas obras se fundan en el
espíritu de caridad. Yo inculco este principio:
que las obras buenas sean fecundadas y regadas por
la fe, pero es preciso que crezcan y se
perfeccionen con la caridad; que haya en ellas la
bondad de los principios, aquella rectitud y
seguridad, aquel abandono, aquella abnegación y
aquel sacrificio que sólo la caridad inspira.
Major horum charitas (El mayor de estos dones, la
caridad).
Y ahora os pregunto a vosotras, venerables
señoras, si en las casas de don Bosco hay caridad
o no. Si no la hay en ellas >>dónde está? >>En
dónde la encontraremos? En tal caso convendría
decir que la caridad ha desaparecido de entre
nosotros, que ha sido desterrada o que se ha
perdido; pero eso es imposible, mientras haya
entre nosotros almas justas que aspiran a la
propia santificación, mientras haya pobres a los
que ayudar y Pauperes semper habetis vobiscum
(siempre tendréis pobres con vosotros), nos dice
el Señor. Esta obra de fe se continuó por la
caridad y el celo de las almas, a través de los
oratorios. La caridad ha sido la que asoció tantos
compañeros con don Bosco y los animó a sostener
tantas penas, tantos dolores, persecuciones,
sacrificios; la caridad es la que les ha sostenido
hasta nosotros. El, el Apóstol de nuestros días,
tuvo por fin la gloria de Dios, y quiso que Dios
fuese conocido, adorado y amado por todo el mundo.
Los medios de este Apóstol no fueron las amistades
vanas, ni el favor de los poderosos, ni un rico
patrimonio, ni la fama del filósofo o del
literato. El no es ningún rico, no es un
diplomático, salvo en los asuntos que se confían a
los Santos. Es sabido que don Bosco no es un
hombre político, aunque se relacione con los
grandes; y, aunque sea culto y autor de diversas
obras, no por eso pretendió nunca dárselas de
hombre de ciencia. Humilde y modesto, escribe lo
mismo que piensa y habla, y sus libros pasarán a
la posteridad como expresión, ((**It18.671**)) como
huella de la verdadera sencillez y de la humildad
profunda en medio de este siglo petulante. Don
Bosco es un hombre de Dios. Sus medios son la
oración, el buen ejemplo, la mortificación, el
sacrificio, la mansedumbre y, sobre todo, la
paciencia inalterable, que se manifiesta en los
movimientos pausados y nobles, en la palabra
prudente y corta, en el tono dulce e insinuante.
Llama amigos y compañeros a sus enemigos y
perseguidores. Manso y tolerante, se gana a todo
el mundo y amansa a las fieras más ariscas del
desierto.
No exagero en cuanto os he dicho sobre este
hombre justo, a quien conocéis personalmente y
cuya biografía puede que hayáis leído; creo no
haberos dicho más que la quinta parte de cuanto
podría decirse, y es una espléndida prueba de ello
el espíritu que vemos transfundido en sus hijos.
Con razón ha tomado como patrono un santo, que es
sinónimo de dulzura y caridad católica, y dio a su
Instituto el título de San Francisco de Sales,
cuya imagen es él mismo. Y no se conformó
solamente con el nombre; quiso que la fisonomía de
este santo, es decir, su amabilidad y su
mansedumbre fueran el programa, el medio y el fin
de su institución. Y por muy sapientes que sean
las leyes orgánicas de los Clérigos Regulares de
San Cayetano de
(**Es18.576**))
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