((**Es18.573**)
dignidad cristiana prescribe respetar a quien
habla y a quien escucha, y no someter a prueba la
humildad y la modestia de quien está presente; y
valgan para probarlo las hermosas palabras de San
Pedro de Alcántara al lego que le servía,
curándole unas llagas: -Ve despacio, hermano, que
aún estoy vivo y no os permitáis libertad alguna.
Lauda post mortem. Alaba después de la muerte,
y en general, salvo poquísimas excepciones, es
costumbre escribir la vida de los hombres después
de la muerte, sobre todo porque la alabanza en
presencia de los vivos, aunque sean hombres de
tantas virtudes como para tenerlos por santos,
puede ser siempre peligroso por tentación de
adulación o de vanidad. También por este lado soy
más libre en mis palabras, sin peligro de
adulación, y comentarios, para hablar de la obra
maravillosa y prodigiosa que don Bosco ha fundado
en nuestro siglo en medio de la Iglesia, que es
una obra de fe y caridad, y por tanto, respetables
señoras, desarrollaré uno y otro punto diciendo
las consecuencias morales que de ello se derivan.
El ocho de diciembre se cumplirán los cuarenta
y cinco años desde que don Bosco colocó la primera
piedra fundamental de su Instituto en Turín, el
día afortunado de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María, al impartir a un pobre muchacho de
quince años las primeras verdades de la religión,
inaugurando con Bartolomé Garelli esa obra que,
iniciada con un solo muchacho y con tanta modestia
en Turín, ha alcanzado a los cuarenta y cinco años
tan gran desarrollo. En poco tiempo ha fundado
sesenta y dos casas: cuarenta y cinco en Italia,
doce en Francia, tres en España, y sin contar las
casas de misión en América del Sur, especialmente
en la República Argentina, en Uruguay, en la
Patagonia...
No poseo una estadística precisa de los socios
Salesianos, de las religiosas Hijas de María
Auxiliadora, que prestan a don Bosco su labor de
abnegación y celo admirable. ((**It18.667**)) No
poseo la estadística de los alumnos educados en
las casas y oratorios, ni el número de salvajes
civilizados, de los bautismos administrados, las
alegrías espirituales dispensadas, y creería no
estar muy lejos de la verdad, si asegurase...
numera stellas si potes (enumera las estrellas si
puedes), y contase las obras de este manso y
humilde Apóstol. A nosotros nos basta recordar esa
admirable Basílica, que se está levantando como
por encanto ante vuestros oíos en el Castro
Pretorio. Nos basta admirar ese templo, dedicado
al dulcísimo Corazón de Jesús, con tanta
magnificencia, armonía y amplitud por la generosa
abnegación de don Bosco y de los católicos de todo
el mundo, especialmente italianos. Nos basta dar
una ojeada al amplio claustro de óptimos
religiosos y al otro del hospicio para muchachos
que, no podemos dudarlo, recibirán la misma
educación que se imparte en Turín en Valdocco, en
Sampierdarena, en La Spezia y en mil otros lugares
donde la caridad de don Bosco está presente. Sería
verdaderamente absurdo decir que esta obra tan
maravillosa se haya desarrollado por el consejo de
un político sin fe, como Urbano Ratazzi. Haga una
sociedad, le decía él en 1847, haga una sociedad
con otras personas para dar estabilidad a su obra
y deje a alguno que le represente, cuando usted
haya muerto. Porque si no, >>quién le sucederá con
su espíritu y en sus empresas? Aquello fue el
germen, como suele decirse, de donde el Instituto
tomó vida y movimiento, fue la chispa de la que el
pasado de seis años, viene afianzándose hasta
nuestros días. Yo sé muy bien que Dios juega con
los hijos de los hombres, y hasta hace profetizar
a las burras en favor de los elegidos. Pero si
aquél fue la ocasión de formar, organizar y
sistematizar el propio Instituto, el nacimiento
hay que atribuirlo a la fe, la vida a la fe, el
desarrollo a la fe que transporta los montes, a la
fe, que hace germinar el granito de mostaza y lo
hace crecer hasta convertirse en un árbol gigante.
Y es la fe de este hombre de Dios la que ha dado
los frutos p(**Es18.573**))
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