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((**Es18.566**) beatificación. Quiera Dios que entre mis cuatro sobrinitos haya uno al menos que se entregue al Señor, llegue a ser un santo sacerdote y recoja el cáliz del tío... En presencia de estos utensilios santificados por un santo como don Bosco, tendríamos que hacer un pequeño examen. >>Hemos bebido con amor, el Cáliz del Maestro, como él invitaba aquella noche de la Cena a todos los sacerdotes del porvenir? >>Hemos cortado sin piedad las ligaduras a la tierra con el cuchillo sacrificador? >>Al tomar los alimentos corporales, espirituales, intelectuales, hemos sabido comer, es decir, guardar aquella moderación, aquella prudencia, aquella cordura que el Santo nos enseña a través de toda su vida? En fin, >>nos hemos servido del plato de nuestra vocación, dirigiéndonos según nuestro corto punto de vista en las empresas del ministerio sagrado? íGran Santo, acordaos de nuestro hurto, en el comedor, reparad nuestras deficiencias con vuestra intercesión y pagad por nosotros! Al día siguiente se confió el servicio de las mesas a los Hermanos Pontistas, sociedad fundada en el Seminario para arreglar las necesidades materiales. Estos buenos seminaristas merecen, sin duda, alguna distinción. Nuestro condiscípulo, el clérigo Fassion 1 tuvo, como tal, el honor de servir al Santo a la mesa, ((**It18.659**)) pero como un buen Israelita, en quien no hay dolo; tuvo también la sencillez de pedir al Ecónomo si quería venderle el cubierto de don Bosco. El buen canónigo Paillet, aunque muy piadoso, levantó los brazos al aire gritando: -íNo, no y no! <>, me escribía él en 1932, respondiendo a mi carta en la que había querido refrescar sus recuerdos; <>. íDios mío! A lo largo de cuarenta y seis años pueden esfumarse los detalles en nuestra frágil memoria. Después de un día ciertamente agotador, porque recibió muchas visitas en el Seminario, fue don Bosco a presidir en la sala de ejercicios la lectura espiritual, que se cambió por una alocución de don Miguel Rúa. El piadoso confesor de don Bosco tomó por tema el amor que Dios nos tiene. Sus ardientes palabras eran el eco de una alma de fuego. Fue más una contemplación que una meditación. El Santo estaba como en éxtasis. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas y nuestro Superior Robillond dijo con su voz dulce y cautivadora: -íDon Bosco llora! Es imposible expresar la emoción que aquella simple palabra provocó en nuestras almas. Las lágrimas del Santo fueron todavía más elocuentes que los suspiros inflamados de don Miguel Rúa. Nosotros nos conmovimos hasta el fondo del alma. Habíamos reconocido la santidad como signo de amor y no necesitábamos el milagro para manifestar nuestra veneración al Santo, al pasar de la sala de ejercicios al refectorio. Había entonces en el Seminario casi ciento veinte alumnos. Todos querían besar la mano del Santo. Todo se organizó en un abrir y cerrar de ojos. Dos seminaristas le sostenían los brazos a lo largo del pasillo, por ambas partes, hasta el refectorio y pasaba uno tras otro para besar aquellas manos que tantas veces se habían tendido en favor de los huérfanos, de los obreros y de los niños. Dos Bosco se dejaba llevar tranquilamente. En Italia, es costumbre besar la mano del sacerdote. Tiende a desaparecer en ciertas regiones. En Francia reviste carácter de 1 Actualmente es el párroco de Corbas (IsŠre). (**Es18.566**))
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