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beatificación. Quiera Dios que entre mis cuatro
sobrinitos haya uno al menos que se entregue al
Señor, llegue a ser un santo sacerdote y recoja el
cáliz del tío...
En presencia de estos utensilios santificados
por un santo como don Bosco, tendríamos que hacer
un pequeño examen. >>Hemos bebido con amor, el
Cáliz del Maestro, como él invitaba aquella noche
de la Cena a todos los sacerdotes del porvenir?
>>Hemos cortado sin piedad las ligaduras a la
tierra con el cuchillo sacrificador? >>Al tomar
los alimentos corporales, espirituales,
intelectuales, hemos sabido comer, es decir,
guardar aquella moderación, aquella prudencia,
aquella cordura que el Santo nos enseña a través
de toda su vida? En fin, >>nos hemos servido del
plato de nuestra vocación, dirigiéndonos según
nuestro corto punto de vista en las empresas del
ministerio sagrado?
íGran Santo, acordaos de nuestro hurto, en el
comedor, reparad nuestras deficiencias con vuestra
intercesión y pagad por nosotros!
Al día siguiente se confió el servicio de las
mesas a los Hermanos Pontistas, sociedad fundada
en el Seminario para arreglar las necesidades
materiales. Estos buenos seminaristas merecen, sin
duda, alguna distinción. Nuestro condiscípulo, el
clérigo Fassion 1 tuvo, como tal, el honor de
servir al Santo a la mesa, ((**It18.659**)) pero
como un buen Israelita, en quien no hay dolo; tuvo
también la sencillez de pedir al Ecónomo si quería
venderle el cubierto de don Bosco. El buen
canónigo Paillet, aunque muy piadoso, levantó los
brazos al aire gritando:
-íNo, no y no!
<>, me escribía él en 1932,
respondiendo a mi carta en la que había querido
refrescar sus recuerdos; <>. íDios mío! A lo largo de
cuarenta y seis años pueden esfumarse los detalles
en nuestra frágil memoria.
Después de un día ciertamente agotador, porque
recibió muchas visitas en el Seminario, fue don
Bosco a presidir en la sala de ejercicios la
lectura espiritual, que se cambió por una
alocución de don Miguel Rúa. El piadoso confesor
de don Bosco tomó por tema el amor que Dios nos
tiene. Sus ardientes palabras eran el eco de una
alma de fuego. Fue más una contemplación que una
meditación. El Santo estaba como en éxtasis.
Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas y
nuestro Superior Robillond dijo con su voz dulce y
cautivadora:
-íDon Bosco llora!
Es imposible expresar la emoción que aquella
simple palabra provocó en nuestras almas. Las
lágrimas del Santo fueron todavía más elocuentes
que los suspiros inflamados de don Miguel Rúa.
Nosotros nos conmovimos hasta el fondo del alma.
Habíamos reconocido la santidad como signo de amor
y no necesitábamos el milagro para manifestar
nuestra veneración al Santo, al pasar de la sala
de ejercicios al refectorio.
Había entonces en el Seminario casi ciento
veinte alumnos. Todos querían besar la mano del
Santo. Todo se organizó en un abrir y cerrar de
ojos. Dos seminaristas le sostenían los brazos a
lo largo del pasillo, por ambas partes, hasta el
refectorio y pasaba uno tras otro para besar
aquellas manos que tantas veces se habían tendido
en favor de los huérfanos, de los obreros y de los
niños.
Dos Bosco se dejaba llevar tranquilamente. En
Italia, es costumbre besar la mano del sacerdote.
Tiende a desaparecer en ciertas regiones. En
Francia reviste carácter de
1 Actualmente es el párroco de Corbas (IsŠre).
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