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José Fava, se le acompañó hasta el cercano
Seminario Mayor, donde residiría tres días. De
esta manera, y gracias a la ausencia de nuestro
Obispo, pudimos gozar de la presencia de un Santo.
Estábamos en 1886 y, si mal no recuerdo, en el
mes de la Santísima Virgen. El sol de mayo besaba
las columnas del claustro y llenaba de luz la
escena de la entrada de don Bosco por la puerta de
los coches. Los seminaristas se asomaban a las
ventanas. El venerado Superior, reverendo
Robillond, en compañía de los Directores, recibió
al ilustre Fundador de los Salesianos, acompañado
de su confesor don Miguel Rúa y seguido de cierto
número de personas que penetraron hasta dentro del
claustro.
El viaje, estaba a la vista, le había hecho
sufrir un poco. El señor Rabillond se lo advirtió
enseguida en alta voz:
-Reverendo Padre, parece cansado... Pero nadie
sabe, mejor que usted, lo mucho que santifica el
sufrimiento.
-No, no, señor Rector, no es el sufrimiento lo
que santifica, sino la paciencia, respondió don
Bosco sonriendo, y con cierta santa malicia 1.
El buen Padre fue nuestro comensal. Entró en el
refectorio, con nuestros Directores, y repetía en
alta voz: Buon appetito!
Por un querer de la Bonne, chŠre et grande
Providence 2 resulta que al día siguiente era el
día del carré (cuadro-formación) 3, día de
servicio en el comedor y, para colmo, era la mesa
de los Superiores la que me tocó, con lo que tuve
el insigne honor de servir al futuro San Juan
Bosco en dos comidas.
Después del Miserere, según costumbre, comían
los sirvientes. Tuve una inspiración del cielo,
sin lugar a dudas. Se la comuniqué a mis
compañeros;
((**It18.658**)) ->>Qué
os parece si nos apoderamos de los cubiertos que
ha usado el santo? Los sustituiremos con nuestro
dinero y quedaremos libres de responsabilidad ante
el señor Ecónomo, a quien confesaremos nuestro
hurto, post factum (después de hecho).
Como puede verse, íaprovechábamos las lecciones
del Profesor de Moral!
-íMuy bien, muy bien! íAdelante!
Y en dos saltos asaltamos la mesa, histórica en
adelante. Cada uno con su lote en las manos, nos
parecíamos un poco a los cuatro oficiales del
señor Marlborough:
(Uno llevaba su sable,
otro su bandera,
uno llevaba su coraza,
otro no llevaba... nada.)
Con la diferencia de que el cuarto de nosotros
llevaba el plato con las sobras de espinacas...
Ignoro si mis buenos amigos han conservado su
reliquia tan fielmente como yo he guardado la mía:
la copa, que tuvieron a bien concederme. Cuando
entré en la Cartuja se la entregué a mi familia y
el domingo 1 de abril de 1934, día de la
canonización de Juan Bosco, todos los que
estuvieron presentes en la comida pascual bebieron
en aquella venerable copa, lo mismo que lo habían
hecho el día de la
1 Presencié esta escena, que sucedió junto al
locutorio, al pie de la escalera principal.
2 Expresión habitual de Mme. de Sévigné
3 Carré. El cuadro se componía de cuatro
seminaristas que se repartían el servicio de las
cuatro mesas.
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