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interior de nuestro Monasterio, ver con nuestros
ojos y oír con nuestros oídos al venerado don
Bosco, de célebre y santo recuerdo.
Para sustraerlo del gentío que le rodeaba y
reclamaba en todas partes, se juzgó prudente que
entrara furtivamente por nuestra puerta de carros.
Iba acompañado por don Miguel Rúa y el señor
Canonge, nuestro Superior.
((**It18.655**)) Llegó
hasta nuestra sala de Comunidad, donde nos dirigió
unas palabras edificantes.
Teníamos por aquellos días en la enfermería una
religiosa gravemente enferma. Era muy apreciada en
la Comunidad por sus religiosas virtudes y se
deseaba mucho su curación. Le rogamos que fuera a
visitarla, con la secreta esperanza de que hiciera
un milagro en su favor. Pero, después de haberla
contemplado durante unos minutos, como para
asegurarse de la voluntad del Señor y de las
disposiciones de su alma, levantó el dedo y,
señalando el cielo, dijo: <<íAl cielo, al
cielo!...>> Lo que sucedió efectivamente, porque
nuestra Hermana murió poco después.
En el fervor de su veneración por el gran
taumaturgo, nuestras Hermanas se ponían de
rodillas a su paso y besaban su sotana. El señor
Canonge, nuestro Superior, que iba a su lado, al
advertirlo, se dirigió a ellas y les dijo muy bajo
y sonriendo: <>.
Esta preciosa visita no duró más que unos
momentos. La gente que se dio cuenta de su
desaparición y de que había entrado en nuestra
casa, seguía con ansias de volver a verle y
reclamaba su presencia con santa impaciencia.
20 (el original en francés)
Carta del Superior del Seminario de
Montpellier a don Bosco
Muy querido y reverendo Padre:
Nos ha proporcionado la más viva satisfacción
al enviarnos, juntamente con sus obras, el
precioso testimonio de que no nos ha olvidado.
Muchas gracias por su amable recuerdo.
El Seminario Mayor de Montpellier guarda la más
grata impresión de su visita. Los buenos
habitantes de esta Ciudad que le tributaron tan
festiva acogida estarían dispuestos a renovarla y
yo me ofrecería nuevamente a sostenerle y librarle
del asalto de las gentes. Porque tuve que sudar un
poco para contener el ímpetu del pueblo que quería
besar la mano de un sacerdote pobre entre los
pobres y lleno de achaques.
En la página treinta y tres de su interesante
opúsculo sobre el espíritu de San Vicente, dice:
<>.
Al leer estas líneas, me decía yo: he aquí el
retrato de don Bosco que <> ha bajado de Turín para distribuir la
limosna a unas pobres mujeres>>.
((**It18.656**)) Pero
ya sabe usted, muy querido Padre, que me quedé con
una gran pena. Le dejé totalmente con este pobre
pueblo y no pude ni hablarle. Otra vez no seré tan
desinteresado; me encerraré con usted y le
preguntaré cuáles son sus pequeños secretos para
llevar las almas al amor de Dios.
(**Es18.563**))
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