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((**Es18.536**) Con vuestra caridad además hemos levantado muchas capillas e iglesias, en las cuales por siglos y siglos, hasta el fin del mundo, se cantarán cada día alabanzas al Señor y a la bienaventurada Virgen María y se salvarán muchísimas almas. Convencido de que, después de Dios, todo este bien, y mucho más, se ha logrado mediante la ayuda eficaz de vuestra caridad, siento la necesidad de manifestaros, y por eso, antes de concluir mis últimos días, os manifiesto, mi más profunda gratitud y os lo agradezco desde lo más íntimo del corazón. Pero, si me habéis ayudado a mí con tanta bondad y perseverancia, os ruego ahora que continuéis ayudando a mi Sucesor después de mi muerte. Las obras que yo comencé, con vuestro apoyo, ya no me necesitan ((**It18.622**)) a mí, pero siguen necesitándoos a vosotros y a todos los que, como vosotros, quieren promover el bien en esta tierra. A todos, pues, os las confío y recomiendo. Para vuestro estímulo y aliento, dejo encargado a mi Sucesor que en las oraciones públicas y privadas que se hacen y se harán en las Casas Salesianas, se tenga siempre presente a nuestros Bienhechores y a nuestras Bienhechoras; y que se ponga siempre la intención de pedir a Dios que les otorgue el céntuplo de su caridad, ya aquí en la vida presente, concediéndoles salud y concordia en la familia, prosperidad en sus campos y en sus negocios, librándolos y alejándolos de toda desgracia. Para vuestro estímulo y aliento hago notar todavía que la obra más eficaz para obtener el perdón de los pecados y asegurarnos la eterna salvación, es la caridad hecha a los niños pequeños, uni ex mínimis, a un pequeñuelo abandonado, como lo asegura nuestro divino Maestro Jesucristo. Os hago notar, además, cómo en nuestros tiempos, en los que se deja sentir la falta de medios materiales para educar y hacer educar en la fe y en las buenas costumbres a los jóvenes más pobres y abandonados, la Santísima Virgen se constituyó en su protectora; y por eso concede a sus Bienhechores y Bienhechoras muchas gracias extraordinarias de orden espiritual y también de orden temporal. Yo mismo, y conmigo todos los Salesianos, podemos atestiguar que muchos de nuestros Bienhechores, que inicialmente poseían escasos bienes, llegaron a poseer grandes fortunas, desde que empezaron a brindar con generosidad su caridad en favor de nuestros huérfanos. En vista de ello y por la experiencia, muchos de ellos me dijeron a menudo, quién de un modo, quién de otro, estas y semejantes palabras: No quiero que me dé las gracias, cuando hago una limosna para sus pobres; yo soy quien debo agradecérselo a usted, que me la pide. Desde que empecé a ayudar a sus huérfanos, mi fortuna se ha triplicado. Otro señor, el Comendador Antonio Cotta, acudía a menudo él mismo a entregar sus limosnas, diciendo: Cuanto más dinero traigo para sus obras, mejor van mis negocios. Palpo con los hechos que el Señor me da, aún en la vida presente, el céntuplo de cuanto yo doy por su amor. El fue nuestro bienhechor hasta la edad de ochenta y seis años, en que Dios lo llamó a la vida eterna para gozar allí el fruto de sus limosnas. Aunque cansado y acabado de fuerzas, no dejaría de hablaros y recomendaros a mis muchachos que ya estoy para abandonar; pero con todo debo hacer punto final y dejar la pluma. Adiós, mis queridos bienhechores, Cooperadores y Cooperadoras Salesianas, adiós. No he podido conocer personalmente en esta vida a muchos de vosotros, pero no importa: en el otro mundo nos conoceremos todos y nos alegraremos para siempre del bien que, con la gracia de Dios, hayamos hecho en esta tierra, especialmente en favor de la juventud pobre. (**Es18.536**))
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