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Con vuestra caridad además hemos levantado
muchas capillas e iglesias, en las cuales por
siglos y siglos, hasta el fin del mundo, se
cantarán cada día alabanzas al Señor y a la
bienaventurada Virgen María y se salvarán
muchísimas almas.
Convencido de que, después de Dios, todo este
bien, y mucho más, se ha logrado mediante la ayuda
eficaz de vuestra caridad, siento la necesidad de
manifestaros, y por eso, antes de concluir mis
últimos días, os manifiesto, mi más profunda
gratitud y os lo agradezco desde lo más íntimo del
corazón.
Pero, si me habéis ayudado a mí con tanta
bondad y perseverancia, os ruego ahora que
continuéis ayudando a mi Sucesor después de mi
muerte. Las obras que yo comencé, con vuestro
apoyo, ya no me necesitan ((**It18.622**)) a mí,
pero siguen necesitándoos a vosotros y a todos los
que, como vosotros, quieren promover el bien en
esta tierra. A todos, pues, os las confío y
recomiendo.
Para vuestro estímulo y aliento, dejo encargado
a mi Sucesor que en las oraciones públicas y
privadas que se hacen y se harán en las Casas
Salesianas, se tenga siempre presente a nuestros
Bienhechores y a nuestras Bienhechoras; y que se
ponga siempre la intención de pedir a Dios que les
otorgue el céntuplo de su caridad, ya aquí en la
vida presente, concediéndoles salud y concordia en
la familia, prosperidad en sus campos y en sus
negocios, librándolos y alejándolos de toda
desgracia.
Para vuestro estímulo y aliento hago notar
todavía que la obra más eficaz para obtener el
perdón de los pecados y asegurarnos la eterna
salvación, es la caridad hecha a los niños
pequeños, uni ex mínimis, a un pequeñuelo
abandonado, como lo asegura nuestro divino Maestro
Jesucristo. Os hago notar, además, cómo en
nuestros tiempos, en los que se deja sentir la
falta de medios materiales para educar y hacer
educar en la fe y en las buenas costumbres a los
jóvenes más pobres y abandonados, la Santísima
Virgen se constituyó en su protectora; y por eso
concede a sus Bienhechores y Bienhechoras muchas
gracias extraordinarias de orden espiritual y
también de orden temporal.
Yo mismo, y conmigo todos los Salesianos,
podemos atestiguar que muchos de nuestros
Bienhechores, que inicialmente poseían escasos
bienes, llegaron a poseer grandes fortunas, desde
que empezaron a brindar con generosidad su caridad
en favor de nuestros huérfanos.
En vista de ello y por la experiencia, muchos
de ellos me dijeron a menudo, quién de un modo,
quién de otro, estas y semejantes palabras: No
quiero que me dé las gracias, cuando hago una
limosna para sus pobres; yo soy quien debo
agradecérselo a usted, que me la pide. Desde que
empecé a ayudar a sus huérfanos, mi fortuna se ha
triplicado. Otro señor, el Comendador Antonio
Cotta, acudía a menudo él mismo a entregar sus
limosnas, diciendo: Cuanto más dinero traigo para
sus obras, mejor van mis negocios. Palpo con los
hechos que el Señor me da, aún en la vida
presente, el céntuplo de cuanto yo doy por su
amor. El fue nuestro bienhechor hasta la edad de
ochenta y seis años, en que Dios lo llamó a la
vida eterna para gozar allí el fruto de sus
limosnas.
Aunque cansado y acabado de fuerzas, no dejaría
de hablaros y recomendaros a mis muchachos que ya
estoy para abandonar; pero con todo debo hacer
punto final y dejar la pluma.
Adiós, mis queridos bienhechores, Cooperadores
y Cooperadoras Salesianas, adiós. No he podido
conocer personalmente en esta vida a muchos de
vosotros, pero no importa: en el otro mundo nos
conoceremos todos y nos alegraremos para siempre
del bien que, con la gracia de Dios, hayamos hecho
en esta tierra, especialmente en favor de la
juventud pobre.
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