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Poseía un ingenio sagaz para descubrir y formar
sujetos conforme a su propio plan, para encontrar
los medios con que parar las amenazas y los golpes
de los adversarios y para solicitar de la caridad
pública los subsidios necesarios a sus gigantescas
empresas; gozaba de una voluntad férrea frente a
los obstáculos; y tenía una invencible paciencia
para volver a empezar ((**It18.612**)) de
nuevo, cuando una iniciativa había fracasado. Bajo
este punto de vista los resultados numéricos por
él conseguidos tienen algo de gigantesco, por no
decir milagroso.
Pero lo más importante es la organización. Poco
vale acumular hombres y multiplicar obras, donde
falta la fuerza de la cohesión que haga un solo
cuerpo con tantos miembros, y si, dentro de ese
cuerpo, no palpita un centro de energía vital que
mantenga el vigor y suscite el incremento en él. Y
es ahí donde, sobre todo, hay que admirar la
sabiduría creadora de don Bosco. Desde los inicios
no fabricó castillos en el aire, sino que colocó
ante sus ojos un plano bien definido, que lo fue
realizando gradualmente, actuando con una
coordinación sistemática y menos aparente que
real. Menos aparente, decimos, en los períodos de
preparación, pero evidente, cuando asentaba una
piedra miliar a lo largo de su fatigoso camino;
volviendo entonces la mirada hacia atrás, se veía
cómo todo se había hecho premeditadamente para
alcanzar aquella meta. He aquí por qué, al término
de su carrera mortal, pudo asegurar a sus
herederos y continuadores que no había nada que
temer para el porvenir de la Congregación. La
había dotado de una cohesión orgánica, para
mantener segura su existencia, y de una vigorosa
vitalidad interior, que sería el secreto de su
inagotable actividad dinámica.
Y llegó la prueba del fuego con la sucesión. Se
comprende fácilmente que dependía mucho del
sucesor que las cosas se conservaran en su statu
quo, y que su gobierno acertado mantuviera el
ritmo del movimiento en la acción, que el fundador
le había impreso. Pero el hombre llamado a
sucederle poseía en grado eminente todos los
requisitos indispensables para tal finalidad. Ante
la elocuencia de los hechos, queda hoy reducida al
silencio cualquier veleidad de contradicción; pero
hubo un primer momento, breve por fortuna, en el
que se manifestaron vacilaciones en las alturas.
Ya anteriormente, hubo algún Cardenal, en cuyo
ánimo, como saben los lectores, se había insinuado
el temor, o mejor, enraizado ((**It18.613**)) el
convencimiento de que, cuando desapareciera don
Bosco, su Congregación se desmoronaría de golpe y
porrazo. Esta opinión, que naturalmente no quedó
aislada, sobrevivió a su autor, de forma que,
apenas expiró don Bosco, se hablaba como de un
peligro que urgía remediar. Y el más
(**Es18.528**))
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