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llaga en la matriz y se la veía caminar
inexorablemente hacia la muerte. Pasó un tiempo en
el hospital, y volvió después a su pobre casa
donde la visitaban algunas damas caritativas de la
ciudad, y le prestaban asistencia. Una de ellas,
la baronesa Ricci des Ferres, hija de la familia
Fassati, le contó la reciente historia de la
señora Dellavalle y le aconsejó que imitara su
ejemplo, a cuyo fin le proporcionó un retrato de
don Bosco, que llevaba adherido un trocito de tela
que le había pertenecido. La señora Piovano,
agradecida, empezó una novena el sábado anterior
al domingo de Ramos. Pero ella, que era muy buena
cristiana, deseaba de corazón, más que la propia
curación, la conversión del marido, que hacía
mucho tiempo no quería saber nada de religión.
Hacía, pues, la novena a don Bosco con este doble
fin; a pesar de todo se esforzaba por aguantar su
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estando levantada el mayor tiempo posible, puesto
que era muy pobre y tenía que hacerse ella sola
las labores de la casa.
Al comenzar la novena, se le apareció una
noche, en sueños, el Siervo de Dios animándola a
orar y a esperar. De nuevo se le apareció el
último día, en la noche entre el domingo de Pascua
y el lunes. Tenía bellísimo aspecto y llevaba una
estola preciosa. Llamóla por su nombre, y le dijo:
-Ten ánimo. Dios te ha escuchado.
En efecto, en aquel instante le pareció
renacer. No tenía ningún dolor, ni pérdida de
sangre, ni decaimiento, sino muchos deseos de
moverse y de comer. Y no era todo eso. De mañana
temprano notó que su marido salía de casa a una
hora desacostumbrada. Sin que la viera, lo siguió.
Entró en la iglesia de San Felipe, su parroquia,
estuvo un ratito en oración, después se confesó,
comulgó y oyó la santa misa. Se adelantó a su
marido, para volver a casa y le preguntó, a su
vuelta, qué novedad era aquella de salir tan de
mañana.
-He ido a cumplir con Pascua, le respondió.
Mira la papeleta.
En aquella modesta familia, alegrada con tres
hijos, entró aquel día un doble rayo de felicidad.
La lluvia de bendiciones celestiales obtenida
por intercesión de don Bosco continuó después
abundantemente y sin cesar. Verdaderamente, para
dar testimonio de su santidad, pueden ser
suficientes los cuatro milagros sometidos por la
Iglesia a riguroso examen y reconocidos como tales
por su autoridad; pero el conocimiento de otras
innumerables gracias, atribuidas comúnmente a
nuestro Santo, viene a reavivar la fe, incrementa
la piedad cristiana y glorifica todavía más la
bondad de Dios omnipotente, que hoy, no menos que
ayer, per sanctos suos mirabilia operatur (hace
maravillas, a través de sus santos).
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