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Ella, con aquiescencia del marido, la comenzó
el día treinta y uno de enero, aplicando en
seguida la reliquia a la parte enferma. El marido,
por su parte, prometió que, si curaba, ofrecería
doscientas liras para las obras de don Bosco y,
aunque a regañadientes, no se opondría a los
deseos repetidamente manifestados por su hija
Antonieta de hacerse Hija de María Auxiliadora.
En los primeros días de la novena, no se vio
novedad de ningún género; más aún, el ocho de
febrero de 1889, último día de la novena, se
encontraba la pobrecita tan mal, que se determinó
administrarle el Viático. Mientras esperaba que
llegara el Señor a confortarla, no pudiendo
soportar más los dolores, dijo a su hija:
-Tráeme la fotografía de don Bosco.
La tomó, se la llevó a los labios, la besó y
dijo con todas sus fuerzas:
-Don Bosco, sálveme. Siempre le defendí cuando
sus enemigos hablaban mal de usted. Sálveme, si
puede, y le seré siempre fiel.
Llegó el Viático. Con gran sorpresa de todos,
se enderezó por sí misma para sentarse en la cama.
íHacía mucho tiempo que no se movía de aquella
manera! Después de la comunión llegó el doctor
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tras observarla un momento, exclamó:
-Señora, está curada. Usted se burla de
nosotros los médicos. Ea, tire todas esas
medicinas, que ya no le sirven para nada.
En efecto, la enferma se levantó y llamó a la
modista, pues quería hacerse en seguida los
vestidos necesarios, ya que los otros, creyéndolos
inútiles para ella, los habían regalado a personas
necesitadas. Por precaución, quiso todavía el
marido que pasara una visita médica, en la que no
se encontró vestigio alguno de úlceras. Más aún,
las piernas secas como dos palos, viéronse
entonces engrosadas. Tres días después, fue a pie
a la vecina iglesia de San Juan Evangelista y, al
día siguiente, siempre a pie, fue a Valsálice a
rezar sobre su tumba y cinco días más tarde partió
para Liguria, donde tenía unos parientes. Después
de haber guardado cama más de cuatro años y ocho
meses sin comer, caminaba expeditamente y tomaba
con los demás los manjares ordinarios. Vivió hasta
el año 1896, y murió a los cincuenta y seis años
por otra muy distinta enfermedad.
Al llegar aquí, deberíamos poner punto final,
para no sobrepasar los límites que nos habíamos
prefijado; pero el caso descrito nos reclama otro
semejante, que ocurrió también en Turín, menos de
tres meses después del treinta y uno de enero de
1889, y que guarda alguna relación con él.
La señora turinesa Luisa Fagiano, esposa de
Piovano, padecía una
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