((**Es18.521**)
los más execrables extravíos en temas de fe y
religión, llegando hasta el odio contra Dios. Iba
hundiéndose cada día más en el abismo, cuando
casualmente llegó a sus manos un periódico con un
artículo sobre don Bosco. De repente despertóse en
su corazón una arcana simpatía tal por don Bosco,
que anhelaba conocer su vida a fondo. Poco a poco
aquella simpatía se convirtió en veneración.
Después se trabó en su interior una fiera batalla
entre el bien y el mal; pero el orgullo y el
respeto humano la tenían atada a su triste pasado.
Sin embargo, secretamente pedía a don Bosco que le
ayudara a librarse de los lazos de Satanás.
Acosada por los remordimientos e incapaz de
romper las propias cadenas, prorrumpía en llanto
dentro de su habitación ante una estampa del
Siervo de Dios, hasta que un día tomó la heroica
resolución de dedicar todo el próximo mes de enero
de 1889 a piadosos ejercicios y prometió al Santo
que en aquel tiempo no cometería pecados graves; y
que, si él le cambiaba el corazón, se ofrecía a
dedicar el resto de su vida al bien de sus obras.
Le pidió además la gracia de conocer un sacerdote,
en quien infundiera él su espíritu de caridad para
que le tendiera una mano de socorro. Puso como
término de estos favores el último día del mes de
curso.
Y llegó el veintiocho de aquel mes, sin que la
pecadora hubiera logrado todavía encontrar un
ministro del Señor que se ocupara del bien de su
alma. Desalentada, pero no vencida, hizo a don
Bosco una desesperada instancia, resuelta a
reparar los escándalos dados. El día veintinueve
por la noche tuvo un sueño que la animó. Le
pareció estar sobre una barca a merced de la
tempestad en un mar enfurecido. A punto de
hundirse en el mar, se le presentó un sacerdote
desconocido que le tendió la mano y le dijo con
voz suave y tranquila:
-Hija, ten confianza; estoy aquí para salvarte.
Si todos te abandonan, yo no.
Conviene saber que, durante el mes, ella había
intentado acercarse a algún sacerdote de
Concepción; pero todos se habían bonitamente
desentendido sin querer escucharla, persuadidos
((**It18.604**)) de la
imposibilidad de absolverla, en razón de las
ocasiones próximas en las que notoriamente se
encontraba envuelta.
Se despertó muy excitada. Y sobreponiéndose a
una instintiva repugnancia que la alejaba de los
Salesianos, prometió a don Bosco que, aunque el
sacerdote del sueño fuese un Salesiano, lo
consideraría como enviado del Cielo. Por la mañana
del día treinta, salió de casa y se dirigió
maquinalmente al colegio salesiano, a donde nunca
había ido; pero encontró la casa cerrada por
haberse salido fuera la comunidad,
(**Es18.521**))
<Anterior: 18. 520><Siguiente: 18. 522>