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Perdida toda esperanza, se acurrucó en un rincón,
transida de pena.
Mientras esta allí, profundamente afligida, se le
acercó uno de los sacerdotes que acompañaban a don
Bosco y le dijo:
-Señora, venga conmigo.
La señora Bruzzone le siguió maquinalmente y se
encontró ante el Santo, que la había mandado
llamar. Estupefacta y confundida por una llamada
tan misteriosa, cayó de rodillas a sus pies y
comenzó a llorar. Después de un instante, le
preguntó don Bosco:
->>Que desea, buena señora?
-Padre, tendría tantas cosas que decirle...
Pero estoy aturdida y no me vienen las palabras.
Tengo una familia numerosa, pero un hijo...
-Pobre madre, le interrumpió don Bosco,
posándole la mano sobre la cabeza. En lo que usted
piensa ((**It18.49**)) no hay
nada nuevo. Pediré por usted en el santo
sacrificio de la misa y todo se arreglará pronto.
Serénese.
La bendijo y se retiró. La mujer vivía en un
continuo martirio, pensando que su hijo se hubiera
enviciado en relaciones deshonestas;
pero don Bosco le había dado seguridad sobre este
punto y las cosas eran así en realidad. Vino
después lo mejor, como él había anunciado. El
último domingo de carnaval, cuando la madre tenía
más razón para temer, díjole el joven la noche
anterior:
-Madre, vamos a dormir.
-Tú me quieres engañar para quedar más libre,
respondió ella. Haz lo que quieras, pero yo iré a
dormir cuando me plazca.
-No, madre, no te engaño; me voy a dormir.
Y se fue. No se sabe qué cambio se había
efectuado en él, porque, además, el joven era de
pocas palabras; pero es lo cierto que, a partir de
aquel día, dejó de ir con las compañías de antes,
aunque había abonado su cuota de socio. Se hizo
más serio, atendió a su negocios, comerció algunos
años en América; volvió a la familia y ya no se le
vio cometer ninguna clase de ligerezas.
El día diecisiete de marzo, a las once de la
noche, llegó don Bosco a Alassio. Durante una
buena media hora de camino, no había hablado con
don Francisco Cerruti más que de los misioneros y
de las misiones, detallando los lugares de
América, de Africa y de Asia, a donde irían sus
hijos en el transcurso del tiempo.
-Dirás, observaba, que ya hay allí religiosos
de otras Congregaciones. Es verdad; pero nosotros
vamos a ayudarles y no a suplantarlos, írecuérdalo
bien! Generalmente ellos se dedican a los adultos;
nosotros debemos dedicarnos especialmente a la
juventud, sobre todo a la más pobre y
abandonada.(**Es18.52**))
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