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confiada el ocho de diciembre. La vigilia tuvo una
fiebre violentísima. De las tres a las cuatro de
la mañana parecía que iba a echar sus pulmones.
Después se tranquilizó y se durmió un rato.
Finalmente he aquí que la voz de don Bosco, que
tan bien conocía, la despertaba y le dirigía estas
consoladoras palabras:
-Levántate; estás curada. No olvides lo que has
prometido.
Saltó la Hermana del lecho, se arrodilló en el
suelo y, después de permanecer así unos minutos,
advirtió que ya no sentía ningún mal.
Sin embargo, volvió a acostarse para esperar el
sonido de la campana a la hora de levantarse la
comunidad. A las cinco se arregló, bajó a la
capilla y asistió de rodillas a dos misas; pasó a
continuación al refectorio con las Hermanas, que
estaban maravilladas, y desayunó con buen apetito.
Sor María Josefa tenía veintinueve años de edad
y casi diez de profesión religiosa. Al enterarse
el padre jesuita, ((**It18.601**)) de lo
ocurrido, quiso estudiar personalmente el caso, y
la encontró en perfectas condiciones dedicada a
sus ocupaciones. Volvió a verla ocho años después
y, como él escribe, presentaba aspecto lozano y
trabajaba activamente 1.
Todos los hechos que vamos a narrar a
continuación sucedieron o empezaron, salvo uno, en
el mes de enero del 1889, es decir, alrededor del
primer aniversario de la muerte de don Bosco.
La señora Juana Setckwell, inglesa, casada con
Renaudin en Sao Paulo (Brasil), aquejada hacía
tiempo de fiebres reumáticas, tuvo en el mes de
enero de 1889 un ataque de enteritis, que la llevó
a las puertas de la muerte. El marido, que era un
buen médico y un buen marido, previendo que no
duraría más de cuarenta y ocho horas, llamó al
padre Gastaldi, del Colegio Salesiano, para que
que le administrase la extremaunción. Mientras
éste llegaba, el señor Renaudin, recordando que su
esposa había sido siempre muy devota de don Bosco,
después de elevar una humilde oración, aplicó a su
cabeza unos cabellos y una reliquia de tela del
Siervo de Dios. El efecto fue inmediato, al
extremo de que, al llegar el sacertote con los
santos Oleos, la enferma estaba completamente
curada. Más aún, desde aquel día le desaparecieron
los dolores reumáticos, que, como dice el marido
médico, <>; desaparecióle además un
dolor en la rodilla derecha, consecuencia de una
enfermedad contraída treinta años antes. Don
1 La Curia local hizo el proceso normal de este
milagro; pero no se sabe a dónde fueron a parar
las actas.
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