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de mayo de 1895: <>. La oración de la
Condesa fue escuchada, al extremo de que nació en
el enfermo el deseo de ir a Turín, para
encomendarse a la protección de don Bosco en su
tumba.
Fue a Turín y estaba tan desfigurado, que
apenas si le reconocieron sus amigos. Todos los
días, subía en coche a Valsálice con la intención
de hacer una novena. Lleno de fe, el día noveno
pidió a don Miguel Rúa que hiciera celebrar una
misa en el altar privado del Siervo de Dios. En
ella comulgaron él y su esposa con mucho fervor.
Después de la comunión el anciano señor empezó a
experimentar deseos de comer. Tomó café con leche
y mantequilla, lo que de mucho tiempo atrás, no
podía ((**It18.595**)) hacer
de ningún modo. A medida que comía, le parecía
encontrarse mejor. Aceptó comer con los Superiores
del Capítulo, y pudo servirse de todo. En fin, que
estaba totalmente curado.
Volvió unos días después a París, y se presentó
al cardenal Richard, a quien confirmó con alegría
que se había cumplido lo que su Eminencia le había
dicho: que solamente don Bosco podía curarle. El
médico que le atendía, que había pretendido
disuadirle de que fuera a Turín, cuando volvió a
verle, rebosando salud, casi no quería creer que
fuera el mismo. Sin embargo, le dijo:
-No lo niego, usted está bien; pero su
enfermedad es de las que vuelven al cabo de cinco
o seis meses.
Fue al campo, a la provincia de Borgoña, donde
se encontró con su amigo el célebre padre
Monsabré, quien, al verle tan cambiado, se
emocionó tanto que, al congratularse con él no
pudo contener las lágrimas. Desde entonces volvió
cada año el señor Raúl-Angel en peregrinación a la
tumba de don Bosco, cuyas obras no dejó jamás de
socorrer. En el 1894 fue acompañado de su hijo, al
que dijo en presencia de los Superiores
Salesianos:
-Si aún tienes padre, se lo debes a don Bosco.
Siempre en el mismo mes de febrero encontramos
el recuerdo de
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