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que le obtuviera el uso perfecto de su pierna. Una
noche le pareció en sueños que estaba entre la
multitud de los que iban a visitar el cadáver en
la iglesia de San Francisco, y que él, alzando su
brazo, le dijo:
-Volverás a caerte otra vez, y después te
curarás.
Se despertó asustada, pero tan llena de
confianza que, aunque los médicos le aconsejaron
amputársela, para librarla de los muchos dolores
que sufría, ella no quiso consentirlo. Y entre
tanto se cayó efectivamente por quinta vez,
rodando por una escalera y sufriendo una doble
fractura, siempre en el mismo miembro. Guardó cama
cuatro largos meses, al cabo de los cuales, y
después de hacer una novena a don Bosco, recuperó
el uso completo de la desgraciada pierna, y pudo
andar bien sin necesidad de ningún apoyo.
También sucedió este otro hecho pocos días
después de la muerte de don Bosco.
El señor Josué Collina, de Tossignano, en el
distrito de Imola, padecía desde 1881 ataques
epilépticos cada quince o veinte días, y en
ciertas ocasiones se le repetían dos y tres veces
en el mismo día. Se puso en manos de los
especialistas y cumplió todas sus prescripciones,
mas sin alcanzar ningún resultado. El mal le
sorprendía en cualquier sitio, sin tener nunca el
menor síntoma anticipado para poder evitar el
peligro de las caídas. Se hablaba entonces por
todas partes de la muerte de don Bosco y empezaron
a correr pedacitos de tela de sus vestidos,
pegados a retratos del Siervo de Dios; pudo él
conseguir una de aquellas reliquias y se la puso
encima. A partir de aquel momento, aún tuvo, con
breve intervalo, dos nuevos accesos muy ligeros y
con síntomas preventivos; era la despedida del
mal. En efecto, pasaron meses y más meses sin
volver a experimentar ninguna molestia. Dejó pasar
casi dos años enteros, y envió la relación de la
gracia, confirmada por testigos.
((**It18.594**)) A
mediados del mismo mes de febrero, experimentó
también la eficacia de la intercesión de don Bosco
el parisiense señor Raúl-Angel. Hacía dos años que
le atormentaba tremendamente el marasmo senil.
Desmejorado en extremo, después de agotar toda
suerte de curas y remedios, aceptó el consejo de
ir a pasar el invierno en el sur de Francia, donde
se le aseguraba que el clima le aliviaría mucho;
pero se estableció en Cannes y se sintió peor que
antes. No digería, se veía obligado a guardar cama
dos o tres días por semana, no podía caminar, no
podía aguantar ni el esfuerzo de la conversación;
no toleraba, sin impacientarse, la presencia de
persona alguna, ni siquiera las más queridas,
dentro de su habitación.
Dice la condesa Balbo-Callori en carta a don
Miguel Rúa el veintiocho
(**Es18.513**))
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