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La hija Rosa, que tantas veces le había visto
en su casa, se había hecho religiosa dominica en
Mondovì-Carassone, cambiando su nombre de pila por
el de Filomena. Era la Superiora de la casa de
Garessio; durante la enfermedad de don Bosco
sufría mucho con ciertas penas espirituales y
algunas incomodidades físicas; por eso había
escrito a su madre, rogándole que fuera a pedir a
don Bosco una bendición para ella. Mas, por obvias
razones, no había recibido ninguna respuesta. Pues
bien, el 31 de enero de 1888, antes de que
amaneciera, y después de haber pasado la noche sin
descanso, se adormeció ligeramente y he aquí que
se le apareció don Bosco derecho a los pies de su
cama, con la manteleta de costumbre recogida sobre
el brazo, con el sombrero en la mano derecha y con
aspecto juvenil, alegre y animado, como cuando
solía verlo en casa de sus padres, siendo niña.
-Don Bosco, exclamó al verlo. >>Le ha hablado
mi madre de mí? Estoy tan molesta y me encuentro
tan débil, que no puedo hacer nada bueno.
-Ya sé, respondió, que su madre tenía deseos de
verme, pero no ha podido. Mire, cuando yo estaba
en este mundo era muy poco lo que podía hacer por
usted y su familia; pero ahora, que estoy en el
Cielo, puedo hacer mucho más y quiero hacer lo que
entonces no pude, porque tenía que preocuparme de
mis muchachos y de mis casas.
-Pues si es así, contestó la religiosa,
obténgame de Dios ((**It18.590**)) salud
y fuerza y verme libre de las angustias del
corazón para que pueda correr por el camino del
Señor y hacer el bien, como usted ha hecho, y
llegar yo también al Cielo.
-Pero >>no ve que está muy bien y que su
corazón está lleno de buena voluntad? Levántese,
pues; Dios está con usted.
A estas palabras se despertó. No le quedaba ni
sombra de malestar y las tristes preocupaciones de
su corazón habían cambiado por una gran confianza
en Dios. Loca de alegría y llena de agradecimiento
se levantó y sólo entonces se dio cuenta de que
había soñado.
Maravilláronse las hermanas al verla con ellas;
y apenas terminaron sus prácticas religiosas la
rodearon, haciéndole mil preguntas de cómo había
podido levantarse y había tenido fuerzas para ir a
la iglesia y cómo se encontraba en aquel
momento...
Con la mayor naturalidad les contó la aparición
de don Bosco. Al oír que don Bosco ya no estaba en
este mundo, las monjas empezaron a desconfiar
porque las últimas noticias que habían recibido
eran contrarias, pues hablaban de una mejoría.
Pero, poco después, supieron
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