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((**Es18.508**) gracias que se obtienen por doquier. Así, pues, la devoción al Siervo de Dios, a mi juicio, además de ser general y arraigada en los pueblos, es muy agradable al Señor, que se complace en mostrar por su medio, la magnificencia de su bondad con los hombres>>. Después de cuanto hemos referido, entran deseos de saber cuáles fueran los sentimientos de don Bosco, ante todas aquellas demostraciones. Tuvo también esta curiosidad el padre Giordano, de los Oblatos de Maria, su confidente, quien se lo preguntó al mismo don Bosco un día, según la deposición de don Francisco Dalmazzo ((**It18.587**)) que le oyó contar cómo, viajando con el Siervo de Dios en dirección a Génova, le preguntó: -Dígame la verdad, don Bosco: cuando usted ve tantas cosas extraordinarias, como ha realizado, tantas casas como ha fundado y que es tan estimado y venerado por todos, que hasta lo llaman santo, >>qué debe decir de sí mismo? No es posible que no tenga algún acto de complacencia. >>Qué me dice? Don Bosco, recogiéndose un instante y levantando los ojos al cielo, respondió: -Yo creo que, si el Señor hubiese encontrado un instrumento más vil y más débil que yo, se habría servido de él para realizar sus obras. Tenemos otra rendija para escudriñar su ánimo en aquellas palabras que él mismo dijo a don Juan Marenco el año 1886: -Si yo hubiera tenido cien veces más fe, habría hecho cien veces más de lo que he hecho. En su persona, pues, él no veía más que un pobre instrumento en manos del Omnipotente, y en su obra no miraba la actuación providencial, sino las humanas deficiencias de las que se consideraba culpable. Este es el propio sentir de los santos y este sentir es la piedra de toque de la verdadera santidad. (**Es18.508**))
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