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brazos, rodearon a don Bosco y a su secretario y
lo escoltaron hasta la casa parroquial. Para
acortar el camino lo hicieron pasar por una
puerta, que no se abría casi nunca, en la parte
posterior del edificio. y después lo condujeron
por un camino privado que daba a la plaza. Trabajo
costó abrirle paso entre la multitud que se
agolpaba a la puerta de la iglesia. El pobre don
Bosco no caminaba, sino que era llevado en
volandas por la multitud. Viglietti, para no
separarse de él, se agarró a su sotana. Grupos de
curiosos abarrotaban ventanas, puertas y azoteas.
Hasta las seis, no pudo alcanzar la puerta de la
iglesia y, siempre respaldado por aquellos hombres
forzudos, logró llegar con el secretario al
presbiterio, donde por fin pudo sentarse.
Los cantores del colegio ejecutaron el Quasi
arcus y don Francisco Cerruti habló de la caridad,
la caridad de la oración y la caridad de las
obras. Después subió al púlpito el párroco que,
emocionado y conmovido como estaba, arrancó las
lágrimas. Naturalmente, en aquella aglomeración,
se desmayaron varias personas, que fueron sacadas
fuera. Dióse después la bendición, pero la iglesia
no se vaciaba. La plaza seguía abarrotada.
Mientras se estudiaba la manera de salir, se
acercó a don Bosco un campesino, con un brazo en
cabestrillo, y le dijo:
-Rece por mí. Me he hecho mal, no puedo
trabajar y la familia pasa apuros.
->>Cuál es el brazo enfermo?, preguntó don
Bosco.
-íAy... no sé... estoy curado!
Don Bosco le recomendó que guardara el pañuelo
y que callara; pero eran muchos los que lo habían
presenciado; corrióse la voz y creció el
entusiasmo.
Cerca de la verja se acercó un campesino,
abriéndose paso a fuerza de codazos, como si
tuviera que decirle un gran secreto. Hablaba en
dialecto y don Bosco ((**It18.47**)) no le
entendía, por lo que inclinó la cabeza para
escucharlo más de cerca; pero aquél, confuso, no
sabiendo qué hacer estampó sobre las mejillas de
don Bosco un sonoro beso y se fue.
Don Bosco se dirigía hacia la puerta a paso de
tortuga. Oíanse de vez en cuando los gritos de
personas que corrían riesgo de ser aplastadas. El,
siempre sonriente y tranquilo, tenía una palabra,
un saludo para todos, especialmente para los
niños. Como Dios quiso, a fuerza de empujones,
llegaron a la cancela de la casa parroquial. Desde
allí, ascendiendo unos escalones, se estaba en el
rellano de la entrada. Los subió el Santo y se
volvió hacia la muchedumbre. Aquello bastó para
que se hiciera en la plaza un silencio sepulcral.
Emocionado, dijo que agradecía a todos la
demostración de afecto; agradeció al párroco
su(**Es18.50**))
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