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Habiéndole acompañado varias veces por los
pueblecitos del Piamonte veía que, a su paso,
muchos se arrodillaban para recibir su bendición,
otros se asomaban a las ventanas y salían a las
puertas para verle y las madres le presentaban su
niños para que los bendijera. Y dice:<>.
Dos sacerdotes que conocieron de cerca a don
Bosco fueron el teólogo Reviglio, párroco de San
Agustín de Turín, y el canónigo Ballesio, vicario
foráneo de Moncaglieri. Don Félix Reviglio era uno
de los asiduos asistentes al Oratorio desde 1847 y
fue, después, el segundo internado en él, gozó
durante toda su vida de intimidad con el Siervo de
Dios. Y bien, él consideró siempre a don Bosco
como un santo digno de los altares, que era
opinión común, dice él, no sólo entre sus alumnos,
sino también entre los extraños, a quienes oyó
proferir la misma opinión. Atestigua, además, que
algunos sacerdotes que lo tuvieron como comensal
en su casa tenían a gala guardar los cubiertos y
otros objetos usados por él en la mesa y que,
después de la muerte del Siervo de Dios, eran
cosas que se consideraban como preciosísimas.
También don Jacinto Ballesio, alumno del
Oratorio durante ocho años, desde 1857, mantuvo
toda su vida una familiaridad, cada vez mayor con
don Bosco. <>
Afirma, a continuación, estar plenamente
convencido de que la devoción de los Salesianos y
de sus Cooperadores al Siervo de ((**It18.574**)) Dios,
más que causa, era el fruto de la confianza
universal en la eficacia de su intercesión.
Se repite con cierta frecuencia en los primeros
volúmenes de estas Memorias Biográficas el nombre
del canónigo Juan Anfossi. Cursó el bachillerato,
la filosofía y la teología en el Oratorio, desde
1853. Y cuando lo dejó, conservó siempre contacto
filial con don Bosco, que seguía considerándole
como de casa. Anfossi declaraba que don Bosco, ya
desde sus tiempos de seminarista, era tenido muy
en cuenta por su santidad, según lo oyó repetir a
algunos de sus antiguos condiscípulos y
principalmente a don Francisco Oddenino, con quien
convivía hacía veinticuatro años, en el momento de
su deposición en la causa. Cuando Anfossi era
todavía clérigo en el Oratorio, fue enviado por
don Bosco para realizar misiones privadas ante
algunos Obispos, y en estas ocasiones oía
grandísimos encomios sobre la santidad de quien le
enviaba. Monseñor d'Angennes, arzobispo de
Vercelli, no se cansaba de alabarlo en presencia
de varios canónigos. El mismo Anfossi experimentó
cómo se había extendido la fama de su santidad
fuera de
(**Es18.497**))
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