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expresiones de ilimitada confianza en su
intercesión, que dolorosas participaciones de
pésame. Pero aún hubo algo más. El ocho de
febrero, ya comunicaba don Miguel Rúa al Capítulo
Superior que el cardenal Parocchi, protector de la
Congregación, aconsejaba que se hicieran
diligencias ante el cardenal Alimonda, para que,
como Arzobispo de Turín, pidiera a la Santa Sede
que, derogando las prescripciones eclesiásticas,
permitiera que se iniciaran las actas
preparatorias del proceso de Beatificación. Así
que, apenas había bajado don Bosco a la tumba, ya
se le abrían en el mundo los caminos de la grande
y verdadera gloria.
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