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((**Es18.493**) se procedía al revestimiento del féretro, que de nuevo se colocó en su cho, a la espera de su triunfal traslado el año 1929. Don Miguel Rúa, a pesar de la distancia, procuraba visitar el glorioso sepulcro, al menos una vez al mes. Y, si en alguna ocasión no podía, suplía abundantemente, durante los ejercicios espirituales, a los que acudía todos los años con numerosos hermanos. Eran muchas las personas que iban allí continuamente, atraídas por la veneración al Siervo de Dios y por la confianza que tenían en su intercesión. Acudían también grupos y peregrinos de todas partes de Italia y de varias naciones de Europa. Pocos eran los grupos que iban a Roma y que, a su paso por Turín, dejaran de ir a honrarle en su tumba. Y no era solamente la gente del pueblo la que subía hasta Valsálice con este objeto, sino también personajes constituidos en dignidad, tanto italianos como extranjeros. Y esta afluencia, iniciada inmediatamente después de su sepultura, continuó sin interrupción y hasta en progresivo aumento, hasta que se trasladaron de allí las santas reliquias para ser expuestas al culto en la iglesia de María Auxiliadora. La demanda de objetos que hubieran pertenecido a don Bosco se multiplicaba cada día más. Para contentar al menos el piadoso deseo de los principales bienhechores, encargó don Miguel Rúa a don Antonio Sala y a don Juan Bonetti que vieran la manera de poder hacerlo. Había ya un buen precedente con Pío IX, del que apenas murió se solicitaban reliquias de todas partes y se enviaban. Y se imitó el ejemplo. Don Bosco, en su testamento espiritual de 1884, que ((**It18.570**)) publicamos en el volumen anterior, había escrito: <>. Tales pensamientos estaban redactados en forma de carta a los Salesianos. Don Miguel Rúa, en seguida, el siete de febrero, encargó la impresión de tantos centenares de ejemplares, cuantos fueran suficientes para que cada uno tuviera el suyo y, en un formato adecuado, para poderlo guardar en el libro de las Reglas o en cualquier manual de piedad, de modo que resultase fácil una asidua lectura del afectuoso y conmovedor documento. Carta escrita de propio puño de nuestro Padre, JUAN BOSCO, para todos los Salesianos, con encargo a su Sucesor de hacérsela llegar a cada uno, después de su muerte. Recíbase y consérvese como testamento espiritual, dictado por el gran afecto que nutría a sus queridos hijos en Jesucristo. Mis queridos y amados Hijos en Jesucristo: Antes de partir para mi eternidad, debo cumplir con vosotros algunos deberes y saciar así un vivo deseo de mi corazón. (**Es18.493**))
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