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de la alta sociedad, don Bosco sería enterrado en
el cementerio común.
Por suerte no hubo ninguna imprudencia, de modo
que, el lunes, seis de febrero, se pudo proceder
tranquilamente a la sepultura. Se hizo todo sin
ruido y ya anochecido, para que los vecinos no se
enterasen de nada. Estaban presentes los
Superiores del Capítulo y varias Superioras de las
Hijas de María Auxiliadora, con su Madre General.
Monseñor bendijo el sepulcro; después levantaron
el féretro y lo introdujeron en el nicho. Un
silencio angustioso acompañó la rápida labor de
los albañiles, que ocultaban para siempre a las
miradas de sus hijos hasta el ataúd que contenía
los restos mortales y la amada figura del Padre.
Tapiado el nicho, los ciento veinte clérigos se
reunieron en la ((**It18.566**))
capilla para cantar un nocturno del oficio de
difuntos. Después les dirigió monseñor Cagliero
unas breves palabras. Los Superiores confiaban a
la casa de Valsálice un precioso tesoro, un
sepulcro que en su día llegaría a ser glorioso;
que lo custodiaran bien; que acogieran con amor
fraternal a los Salesianos de otras casas que
irían a visitarlo; que fueran ellos los primeros
en acudir frecuentemente para inspirarse y
enfervorizarse en la práctica de las virtudes de
aquél, cuyos restos quedaban encerrados en aquel
nicho. Monseñor, después de hacer un rápido
bosquejo de las virtudes principales de don Bosco,
prosiguió:
-Los primeros cristianos se animaban a combatir
por la fe, a sufrir y a morir por Jesucristo,
creciendo en fortaleza ante las tumbas de los
mártires. San Felipe Neri logró llegar a ser el
Apóstol de Roma, visitando a menudo las
catacumbas. Así vosotros, así todos nosotros,
acerquémonos con frecuencia a esta tumba para
sacar de ella la fortaleza que, en los momentos
más duros, sostuvo a nuestro don Bosco, mientras
trabajaba por la gloria de Dios y la salvación de
las almas; vengamos a caldearnos en aquel fuego de
amor que siempre inflamó su pecho y lo convirtió
en apóstol, no sólo de Turín, del Piamonte y de
Italia, sino hasta de las regiones más apartadas
de la tierra.
También don Miguel Rúa quiso decir unas
palabras, resaltando que era la divina Providencia
quien les confiaba el cuerpo de don Bosco. Contó,
precisamente, cómo, durante las vacaciones
anteriores, todos los Superiores habían acordado
unánimemente mantener aquel colegio para muchachos
de buena posición, introduciendo algunos cambios
en el programa primitivo para facilitar la
admisión de mayor número de alumnos; cuando, al
enterarnos de que la casa de San Benigno
resultaría demasiado estrecha para el curso que se
avecinaba, se cambió el plan y, con unanimidad
momentos antes imposible,
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