Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es18.490**) de la alta sociedad, don Bosco sería enterrado en el cementerio común. Por suerte no hubo ninguna imprudencia, de modo que, el lunes, seis de febrero, se pudo proceder tranquilamente a la sepultura. Se hizo todo sin ruido y ya anochecido, para que los vecinos no se enterasen de nada. Estaban presentes los Superiores del Capítulo y varias Superioras de las Hijas de María Auxiliadora, con su Madre General. Monseñor bendijo el sepulcro; después levantaron el féretro y lo introdujeron en el nicho. Un silencio angustioso acompañó la rápida labor de los albañiles, que ocultaban para siempre a las miradas de sus hijos hasta el ataúd que contenía los restos mortales y la amada figura del Padre. Tapiado el nicho, los ciento veinte clérigos se reunieron en la ((**It18.566**)) capilla para cantar un nocturno del oficio de difuntos. Después les dirigió monseñor Cagliero unas breves palabras. Los Superiores confiaban a la casa de Valsálice un precioso tesoro, un sepulcro que en su día llegaría a ser glorioso; que lo custodiaran bien; que acogieran con amor fraternal a los Salesianos de otras casas que irían a visitarlo; que fueran ellos los primeros en acudir frecuentemente para inspirarse y enfervorizarse en la práctica de las virtudes de aquél, cuyos restos quedaban encerrados en aquel nicho. Monseñor, después de hacer un rápido bosquejo de las virtudes principales de don Bosco, prosiguió: -Los primeros cristianos se animaban a combatir por la fe, a sufrir y a morir por Jesucristo, creciendo en fortaleza ante las tumbas de los mártires. San Felipe Neri logró llegar a ser el Apóstol de Roma, visitando a menudo las catacumbas. Así vosotros, así todos nosotros, acerquémonos con frecuencia a esta tumba para sacar de ella la fortaleza que, en los momentos más duros, sostuvo a nuestro don Bosco, mientras trabajaba por la gloria de Dios y la salvación de las almas; vengamos a caldearnos en aquel fuego de amor que siempre inflamó su pecho y lo convirtió en apóstol, no sólo de Turín, del Piamonte y de Italia, sino hasta de las regiones más apartadas de la tierra. También don Miguel Rúa quiso decir unas palabras, resaltando que era la divina Providencia quien les confiaba el cuerpo de don Bosco. Contó, precisamente, cómo, durante las vacaciones anteriores, todos los Superiores habían acordado unánimemente mantener aquel colegio para muchachos de buena posición, introduciendo algunos cambios en el programa primitivo para facilitar la admisión de mayor número de alumnos; cuando, al enterarnos de que la casa de San Benigno resultaría demasiado estrecha para el curso que se avecinaba, se cambió el plan y, con unanimidad momentos antes imposible, (**Es18.490**))
<Anterior: 18. 489><Siguiente: 18. 491>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com