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pero esto le hizo perder tiempo y tuvo que
apresurarse para tomar el tren de Varazze.
((**It18.45**)) Ya se
había avisado a la estación y el jefe tuvo la
amabilidad de aguardar.
La parada en la estación de Arenzano debería
haber sido de varias horas, en vez de unos
minutos, para poder contentar a la enorme cantidad
de gente que había invadido la estación. La
multitud irrumpió en ella llevando o acompañando
enfermos. Rodearon el tren, se agarraban a los
vagones y subían a ellos. Se hacía tarde, el Jefe
dio repetidas veces la señal de salida; pero el
maquinista no se atrevía a iniciar la marcha por
miedo a causar desgracias.
Una mujer enferma, llevada hasta el vagón donde
estaba don Bosco, bendecida por él, sanó
instantáneamente y tornó a casa caminando por su
propio pie.
>>Qué decir, después, de lo que pasó en
Varazze? Los empleados ni siquiera pudieron
recoger los billetes de los viajeros, porque los
que bajaron del tren se confundieron con la
multitud que, desbordada, había invadido hasta las
vías. El párroco de la iglesia principal, muy
amigo de los Salesianos, había anunciado desde el
púlpito la llegada de don Bosco y, además, había
distribuido por la ciudad y los pueblos cercanos
una circular con el aviso de una conferencia para
los Cooperadores. El resultado fue que acudió
gente de Savona, de Sestri, de Voltri y de
Arenzano; decían los viejos que nunca se había
visto en Varazze tal afluencia de forasteros, tal
entusiasmo y tal espectáculo de fe.
La subida de la cuesta que lleva al Colegio
requiere sólo unos minutos; pero don Bosco empleó
tres cuartos de hora, por la multitud que se
agolpaba para besarle la mano. Los alumnos que lo
esperaban en formación, a uno y otro lado del
camino, quedaron desordenados y dispersados por la
gente.
Después de la comida, las calles que rodeaban
el Colegio estaban ocupadas por una gran
muchedumbre. En vano se la quiso contener fuera de
la puerta. Sin saber cómo, abrióse el portón de
par en par y la multitud invadió el patio, las
clases, los pasillos y las escaleras. >>Quién
podía detener aquella invasión? Se temió por la
vida de don Bosco, si hubiera salido. Don Carlos
Viglietti, firme delante de la habitación, hablaba
en vano; algunos se arrodillaron a sus pies,
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pidiéndole por favor que les dejara ver a don
Bosco. La conferencia estaba anunciada para las
cuatro, pero eran ya las cinco y don Bosco seguía
en su habitación, sentado y asediado por todas
partes.
Y, sin embargo, había que buscar una solución.
A grandes males, grandes remedios: se acudió a los
pescadores que, con sus robustos(**Es18.49**))
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