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una concurrencia tan admirable por su número y su
recogimiento, sin distinción de clases. Julio
Aufray, redactor-jefe de la Défense de París, dijo
entonces que, en Italia, le habían impresionado,
sobre todo, dos cosas: el jubileo del Papa en Roma
y el funeral de don Bosco en Turín; y que, de
algún modo, había encontrado más sorprendente el
funeral de don Bosco. Unit… Cattolica del tres de
febrero pudo escribir, sin sombra de hipérbole:
<>.
Terminada la absolución del difunto, hubo un
espectáculo nuevo, al permitir que se acercase la
gente. Una gran muchedumbre se precipitó sobre el
féretro para tocarlo, para besarlo, para llevarse
cualquier cosa de lo que había depositado encima.
Las coronas de flores quedaron deshechas en mil
pedazos y lo mismo hubiera sucedido con el paño
funerario, con los ornamentos sacerdotales y hasta
con el ataúd, si unos cuantos guardias municipales
no hubieran detenido la peligrosa avalancha.
Después que la multitud desalojó el templo y se
cerraron las puertas, los Salesianos, con un
pequeño acompañamiento, repusieron el féretro en
la iglesia de San Francisco de Sales, donde quedó
oculto, a la espera de que concluyeran los
trámites para su definitiva sepultura.
A medida que entraban en el Oratorio sus
moradores, levantaban instintivamente su mirada
hacia las habitaciones de don Bosco y
experimentaban de pronto la sensación del gran
vacío que en ellos se había producido con la
desaparición del ángel tutelar de la Casa. Pero se
produjo entonces un hecho prodigioso. Cuando se
reunió toda la comunidad, pareció que una paz, una
serenidad, una misteriosa alegría aleteaba por
todos los rincones y en todos los corazones. Los
que poco antes habían ((**It18.560**))
llorado, se sentían tan tranquilos, como en los
felices días en que don Bosco vivía con sus hijos.
En realidad, don Bosco estaba vivo y no lejano.
Era él quien difundía tanta paz alrededor.
Casi como para completar la tranquilidad en el
Oratorio, más que para aliviar el dolor, llegó una
carta del cardenal Rampolla, a través de la cual,
había querido enviar las expresiones más
significativas el mismo Leon XIII.
Ilustrísimo Señor:
La pérdida del sacerdote, don Juan Bosco, que
gozaba del aprecio, del afecto y de la admiración
universal por las Obras de caridad cristiana que
él fundó, por el celo con que siempre había
procurado promover el bien de las almas y por
cuanto había hecho para que el santísimo nombre de
Dios resonase y fuera venerado hasta en el
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