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al nuevo campanario de San Cayetano; el coadjutor
Quirino, venido expresamente del Oratorio, las
inauguró con su incomparable maestría. Acabada la
ceremonia, don Bosco reanudó las audiencias que
prolongó hasta las ocho. <>.
Pese a las molestias de toda clase que no le
dejaban sosegar, no perdía de vista el Oratorio;
en efecto, terminó la jornada encargando al
secretario que escribiese a don Miguel Rúa y
sugiriéndole lo que debía decirle. Viglietti
escribió en seguida: <((**It18.44**)) y les
diga que en Sampierdarena ha encontrado muchachos
de muy buena voluntad; que, lo mismo que en el
Oratorio, ayer por la mañana, los alumnos de
cuarto y quinto curso asistieron en la habitación
de don Bosco a misa y todos recibieron con mucha
devoción la comunión de sus manos. Me encarga que
salude efusivamente a don Juan Bautista Lemoyne,
don Angel Lago, Suttil, Festa y Gastaldi>>.
Después agregaba el secretario por su cuenta:
<>.
Se presentó en la casa un escultor que, sin
haber visto nunca a don Bosco, valiéndose de una
fotografía, había esbozado la cabeza y el busto
esperando una ocasión oportuna para verle de cerca
y dar los últimos retoques. Lleváronle a él, le
expresó su deseo y tanto le importunó que el
Siervo de Dios se resignó a posar ante él. Subió a
la tarima preparada por el escultor y reía y
decía:
-Ea, subo al suplicio.
Y al ver cómo el artista iba poniendo tierra
amasada sobre la figura para quitar defectos,
susurró al secretario:
-íMira, Viglietti, qué bien me empasta!
Pero, al cuartito de hora, le acometió el sueño
y se durmió. Al despertar se dio cuenta de que
había posado una hora; y bajó en seguida porque le
esperaba mucha gente que quería hablarle.
Así pasó la mañana del día quince. Por la
tarde, le cansaron bastante las audiencias; pero
aún contó algunas anécdotas graciosas. Y habiendo
recaído la conversación sobre la sensibilidad de
corazón, dijo que no podía encomendar en la santa
misa a los misioneros por la gran emoción que le
venía y temía quedar sofocado.
-Entonces, añadió don Bosco, me veo obligado a
pensar en Gianduia y distraerme totalmente.
El día dieciséis por la mañana, día de la
partida, hubo un gran vaivén de visitantes. En el
último momento se presentó el marqués de Spínola
para fotografiarle. El Santo quiso complacerlo y
condescendió,(**Es18.48**))
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