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primeros hijos del Oratorio. Por eso, su junta
directiva envió una circular a los antiguos
alumnos 1.
Al plebiscito de oraciones por su
restablecimiento y al de los parabienes por su
mejoría, siguió el tercero e inmenso plebiscito de
sentidos pésames. Los más cercanos lo expresaron
personalmente. El primero en acudir a consolar a
don Miguel Rúa fue el célebre padre jesuita
Segundo Franco, el cual, pasando después a visitar
a don Celestino Durando, le dijo:
-Vengo a congratularme con vosotros porque
tenéis un santo en el Cielo.
Muchos firmaron en el registro especial de
condolencias 2. Telegramas y cartas llegaron a
montones, aun de tierras remotas. En la
imposibilidad de poder reproducirlas todas,
haremos una sola excepción con aquel que hizo de
ángel consolador en los cuatro últimos años de su
vida. El cardenal Alimonda, que había llegado a
Génova el mismo treinta y uno de enero, telegrafió
para preguntar si, partiendo inmediatamente,
podría llegar a tiempo para encontrar a don Bosco
con vida. Y, enterado de su fallecimiento,
escribió a don Miguel Rúa: <((**It18.548**)) para
que pudiera besar una vez más su santa mano y
encomendarme a su intercesión ante el Señor!
íConformémonos con la voluntad divina!>>.
El tema obligado, digámoslo así, de aquellas
cartas de pésame era que don Bosco no necesitaba
sufragios, sino que más bien debía ser invocado
como intercesor. Cada cual, a su manera, pero
todos lo proclamaban santo. No pocos solicitaban,
como gran favor, algún objeto de su uso o un
mechoncito de sus cabellos 3.
1 Apéndice, Doc. núm. 97.
2 Aquel Giustina, de quien tuvimos que rechazar
injurias y calumnias, escribió en él: <>. Palabras que no corresponderían
a la verdad, de no ser interpretadas como una
obligada retractación. Escribió un curioso
artículo en su periódico (cuatro de febrero).
Añadamos en su descargo que hacía algunos años que
había cesado en sus ataques y hasta había hecho
sabedor a don Bosco de su pesar por anteriores
manifestaciones. El pobrecito se había vendido a
los judíos.
3 El historiador César Cantú escribía a don
Miguel Rúa:
Reverendo Señor:
Tras haber admirado, durante cuarenta años, la
inagotable caridad de don Juan Bosco, su recto
sentido evangélico y su inalterable paciencia,
sólo me queda rogarle que me alcance en el cielo
poder morir con la misma fe y esperanza que él.
Día de la Purificación de 1888. Milán.
CESAR CANTU
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