((**Es18.472**)
-Conozco a don Bosco hace muchos años. Tengo
tal respeto a su cuerpo que no me atrevería a
profanarlo con el embalsamamiento.
Cuando el mismo doctor se enteró de las
pérfidas insinuaciones del Secolo XIX, protestó
ante el Capítulo Superior, afirmando que la
ciencia médica no podía ni siquiera sospechar que
la enfermedad tuviera más causa que el enorme
trabajo.
A primeras horas de la tarde, la dolorosa
noticia, difundida por la ciudad, produjo una
general y profunda impresión. Muchas tiendas y
comercios cerraron, mostrando el consabido letrero
de: ((**It18.544**))
Cerrado por defunción de don Bosco. La gente se
agolpaba en la portería, queriendo contemplar el
cadáver. Como era muy reducido el espacio, sólo se
permitió el acceso a las personas más conocidas. A
las demás se les prometía que lo verían al día
siguiente en la iglesia de San Francisco, que se
estaba convirtiendo mientras tanto en capilla
ardiente.
El cadáver estaba sentado en el sillón, en la
galería de detrás de la capilla privada. Estaba
revestido con los ornamentos morados. Tenía el
crucifijo en las manos y la cabeza descubierta; su
bonete estaba a su derecha sobre un reclinatorio,
encima del cual había otro crucifijo entre dos
cirios. El difunto volvía levemente su rostro
hacia oriente. Sus facciones aparecían sin ningún
cambio: de no haber sido por el pálido color de la
muerte, que tanto contrastaba con el morado de la
casulla, se habría dicho que don Bosco dormía
plácidamente. Sus hijos se sucedían, deseando
besarle la mano. Multitud de sacerdotes, señores
en gran número y piadosas madres de familia
consideraban como un gran favor el que se les
permitiese pasar a contemplarlo. Caminaban a paso
lento y casi de puntillas, como si temieran
despertarle del sueño. Ninguno sentía repugnancia
de acercar sus labios a aquellas manos de
alabastro. En la estancia reinaba un recogimiento
reverente y devoto. Al atardecer llegaron muchas
Hijas de María Auxiliadora, para besar la mano de
su santo fundador y padre, en nombre también de
las residentes en lejanas tierras. Hasta que no se
extinguió la luz del día, continuó sin
interrumpirse la peregrinación.
En las calles de Turín, se vendían rápidamente
los periódicos. El Corriere Nazionale tuvo que
hacer tres ediciones, que se agotaron en brevísimo
tiempo. El nombre de don Bosco corría de boca en
boca, con señales de viva conmoción.
Había que pensar en seguida en la sepultura. El
Capítulo Superior se reunió a las ocho de la tarde
y prometió a María Auxiliadora que, si gracias a
Ella, la autoridad civil concediese permiso para
sepultar a don Bosco en los sótanos de su iglesia
o, al menos en la casa de
(**Es18.472**))
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