((**Es18.470**)
Entraba en agonía a la una y tres cuartos.
Cuando vio don Miguel Rúa que las cosas se
precipitaban, se puso la estola y reanudó las
preces de los agonizantes, que había iniciado dos
horas antes. Se llamó en seguida a los demás
Superiores. Unos treinta sacerdotes, clérigos y
coadjutores llenaron en seguida la habitación.
Todos rezaban de rodillas.
Llegó también monseñor Cagliero. Don Miguel Rúa
le cedió la estola, se colocó a la derecha de don
Bosco y, acercándose al oído del amado Padre, le
dijo, con voz sofocada por la pena:
-Don Bosco, aquí estamos nosotros, sus hijos.
Le pedimos perdón por los disgustos que ha tenido
que sufrir por nuestra causa. En señal de perdón y
de paternal benevolencia, dénos, una vez más, su
bendición. Yo conduciré su mano y pronunciaré la
fórmula.
Todos inclinaron profundamente la cabeza. Don
Miguel Rúa, sacando fuerzas de flaqueza, tomó la
mano derecha ya paralizada y pronunció las
palabras de la bendición sobre los Salesianos
presentes y ausentes, especialmente sobre los más
lejanos.
A las tres de la madrugada, llegó un telegrama
del cardenal Rampolla con la bendición apostólica.
Monseñor había recitado ya el Proficíscere
(Emprende la marcha, alma cristiana). ((**It18.542**)) A las
cuatro y media, tocaba al Avemaría la campana de
la iglesia de María Auxiliadora; todos recitaron
el Angelus en voz baja. Don Juan Bonetti susurró
al oído de don Bosco el Viva María de días
anteriores. El estertor, que se dejaba oír hacía
hora y media, cesó. La respiración se hizo
tranquila y libre, pero fue cosa de pocos
instantes. Acto seguido, murió.
-Don Bosco se muere, exclamó don Domingo
Belmonte.
Los que, por cansancio, se encontraban
sentados, se alzaron inmediatamente y acudieron
junto a la cama. El moribundo emitió tres suspiros
en breve intervalo. Don Bosco moría realmente.
Monseñor Cagliero, fijando en él los ojos, le
decía:
-Jesús, José y María, os doy el corazón y el
alma mía... Jesús, José y María, asistidme en mi
última agonía... Jesús, José y María, expire en
paz con Vos el alma mía.
Don Miguel Rúa y los demás, formando una corona
alrededor, agonizaban también de dolor con el
Padre...
íDon Bosco estaba muerto!...
Monseñor Cagliero entonó suspirando el
Subvenite, Sancti Dei; occurrite, Angeli Domini...
suscipientes animam ejus... Suscipiat te Christus,
qui vocavit te... Y, bendiciendo el sagrado
cadáver, imploró de Dios su eterno descanso.
Después se colocó la estola al cuello del
(**Es18.470**))
<Anterior: 18. 469><Siguiente: 18. 471>