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((**Es18.469**) la colcha. Un crucifijo cubría su pecho, apretaba otro con la izquierda y, a los pies del lecho, pendía la estola morada, insignia de su sacerdocio. Sus hijos se acercaban llorando, de puntillas, se arrodillaban a su lado y besaban por última vez aquella mano que tantas veces se había levantado sobre ellos en el sacramento del perdón. Se acercaron también los residentes en los colegios próximos de San Juan, Valsálice y San Benigno. Con ellos se alternaban los alumnos de los cursos superiores y aprendices mayores. Todo el día duró la triste y conmovedora procesión. La mayoría llevaba medallas, crucifijos, rosarios o estampas, que pasaban sobre su cuerpo para conservarlos como recuerdos bendecidos y estimados. Se recibió un telegrama de la república del Ecuador, comunicando la llegada de los primeros salesianos a Guayaquil. Don Miguel Rúa se lo dijo, hablándole como se hace con quien es duro de oídos. A alguno le pareció que abrió los ojos, levantando sus pupilas al cielo. A las doce y cuarenta y cinco, habiendo quedado solos un momento, junto a su lecho, el secretario y José Buzzetti, abrió los ojos de par en par, miró largo tiempo y por dos veces a don Carlos Viglietti y, levantando la mano izquierda que tenía expedita, se la posó sobre la cabeza. Ante aquel gesto, José Buzzetti se puso a llorar y exclamó: -Son los últimos adioses... Volvió después a la inmovilidad de antes. El secretario continuaba repitiéndole jaculatorias. Se alternaron ((**It18.541**)) acto seguido, en aquel piadoso cuidado monseñor Cagliero y monseñor Leto. Don Francisco Dalmazzo le dio la bendición de los agonizantes y recitó las preces correspondientes. Hacia las cuatro de la tarde, llegó para verle el conde Radicati, gran bienhechor del Oratorio. Su padre, Eugenio Francisco, compañero de don Bosco en Chieri, estuvo más de una hora llorando en un rincón de la habitación. A las seis, se presentó don Francisco Giacomelli, se puso la estola y recitó algunas preces del ritual. Ya muy tarde, como no parecía tan inminente la muerte, algunos Superiores se retiraron, pero don Miguel Rúa y otros no se movieron. Don Bosco continuaba inmóvil y con respiración afanosa; así estuvo toda la noche. En la archidiócesis de Turín se conmemoraba el oficio de la Oración de Jesús en el Huerto, cuando el Redentor, con tres discípulos cerca, agonizaba y sudaba sangre. Don Bosco, rodeado de sus primeros y principales discípulos, se encontraba en penosa agonía y el sudor de la muerte bañaba su frente. (**Es18.469**))
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