((**Es18.467**)((**It18.538**))
CAPITULO XXV
EL FIN
LAS personas muy queridas parece que nunca
debieran morir. Los corazones y las mentes, que se
han acostumbrado desde tiempo inmemorial a
encontrar en ellas la luz y el consuelo de la
vida, se resisten a persuadirse de que pueda
llegar a faltarles tan gran bien. Este estado de
ánimo duró en el Oratorio hasta los últimos días
de enero y, en más de uno, se prolongó hasta lo
indecible. La razón estaba en que se esperaba una
intervención milagrosa del Cielo.
En la noche del día treinta, volvió un poquito
la cabeza hacia Pedro Enría, su perpetuo asistente
nocturno, y dijo:
-<> íte saludo!
Después recitó despacito el acto de contrición
y exclamó varias veces: Miserere nostri, Domine
(Compadécete de nosotros, Señor). Ya en medio de
la noche, levantaba de tanto en tanto las manos al
cielo y, juntándolas luego, repetía:
-íHágase tu santa voluntad!
Después, se le fue paralizando el lado derecho
y quedóle el brazo abandonado y sin movimiento
sobre el lecho; pero no dejaba de levantar el
izquierdo repitiendo aún algunas veces:
-íHágase tu santa voluntad!
A continuación, dejó de hablar, pero, durante
todo el día treinta y la noche siguiente, continuó
alzando la mano izquierda de la misma manera,
indicando con toda probabilidad que renovaba a
Dios el ofrecimiento de su propia existencia.
Todos sabían en casa que don Bosco se había
agravado. Precisamente, en la fiesta de San
Francisco de Sales, algunos muchachos escribieron
en un pliego de papel: <<íOh, Jesús Sacramentado,
María Santísima Auxiliadora de los ((**It18.539**))
Cristianos, San Francisco de Sales, nuestro
Patrono, los que humildemente suscriben: 1. Pedro
Dondina. -2. Luis Orione. -3. Juan Martinasso. -4.
José Rossi, del 1.er curso de bachillerato. -5.
Gabriel Aimerito. -6. Augusto Bertazzoni. -7.
Sacerdote Joaquín Berto, con el fin de obtener la
salud
(**Es18.467**))
<Anterior: 18. 466><Siguiente: 18. 468>