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A las ocho de la tarde, apenas lograba hacerse
entender y demostrar que comprendía. En torno a su
lecho estaban monseñor Cagliero, don Miguel Rúa y
otros. Se hablaba de la inscripción que había que
poner en la tumba del Conde Colle. Don Miguel Rúa
proponía: Orphano tu eris adjutor (Tú cuidarás del
huérfano). Monseñor, por su parte: Beatus qui
intelligit super egenum et pauperem (Feliz quien
se preocupa del necesitado y del pobre). Don
Bosco, que parecía no atender a la conversación,
abrió de pronto los ojos y, haciendo un esfuerzo,
acertó a proferir con voz bastante ((**It18.532**)) clara:
-Grabaréis esto: Pater meus et mater mea
dereliquerunt me, Dominus autem assumpsit me (mi
padre y mi madre me abandonaron; el Señor, en
cambio, me acogió).
La fausta noticia de que don Bosco se
restablecía había ya recorrido el mundo y motivaba
cartas de felicitación de todas partes, incluso de
países muy remotos, como Grodno (Lituania). Puede
imaginarse, por tanto, con qué ánimos se leería en
el Oratorio la esperanza de la condesa de Oncieu
de volver a ver pronto a don Bosco en Milán; o
estas palabras de la madre de Lemoyne a su hijo:
<>. íY qué confianza había en sus
oraciones! La señora Susana Poptovska, de Podolia
(Ucrania), le escribía: <>no me las rehusará, verdad?>>.
Tenía don Bosco un sobrino que deshonraba a la
familia: era el hijo segundo de José, llamado
Luis. Se educó en el Oratorio y, después de una
interrupción, había seguido los estudios y llegó
hasta ser secretario de juzgado. Hacía algunos
años que convivía con una mujer, separada de su
marido, en Gravellona Lomellina. Su santo tío, que
lo quería mucho, no había ahorrado consejos y
reprensiones; pero, como era hablar por demás, no
quiso volver a verlo. Sólo le concedió una breve
conversación unos meses antes de morir, porque se
trataba de dividir sus propiedades, como
salesiano, de las de la familia, las cuales habían
quedado indivisas después de la muerte del hermano
José. Pues bien, aquel desgraciado protestaba que
en su día pondría pleito para reclamar todo lo que
poseía don Bosco. El asunto hubiera producido
graves inconvenientes. Pero Dios le esperaba
precisamente en aquel lapso de tiempo. Desde
últimos de enero, estuvo entre la vida y la muerte
hasta el seis de febrero, en que pasó a la
eternidad.
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