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que había empeorado, regresando a la situación del
mes anterior. Cuando éstos se marcharon, mandó
llamar a Palestrina, el joven sacristán, a quien
apreciaba mucho, y le dijo, por medio de su
secretario, que estuviera rezando a Jesús
Sacramentado y a María Auxiliadora, durante todo
su tiempo libre, para que en sus últimos momentos,
mientras esperaba su hora, pudiese tener una fe
viva. Pasó luego el joven a la presencia de don
Bosco, quien le repitió, conmovido, lo mismo, y
después lo bendijo. Al atardecer, contrariamente a
lo que suele suceder a los enfermos, se sintió más
aliviado y esto, según dijo a don Juan Bautista
Lemoyne, gracias a las plegarias del bueno de
Palestrina.
El día veinticinco se agravó mucho. Pidió que
se le sugirieran jaculatorias devotas. Su
dificultad en el hablar iba creciendo, de modo que
se le oprimía el corazón a quien le escuchaba.
Díjole a don Antonio Sala, mientras éste le
mostraba una bebida:
-Haced de forma que pueda reposar.
Le colocaron en seguida del mejor modo posible
y, a continuación, pareció que realmente iba a
dormirse, ((**It18.530**)) pero,
de pronto, se sacudió, empezó a dar palmadas y a
gritar:
-íPronto, corred en seguida para salvar a
aquellos jóvenes! íMaría Santísima, ayúdales!...
íMadre, Madre!
Don Antonio Sala se acercó a la cama y le
preguntó si deseaba algo.
->>Dónde estamos ahora mismo?, preguntó.
-Estamos en el Oratorio de Turín.
->>Y qué hacen los muchachos?
-Están en la iglesia, en la bendición, y rezan
por usted.
No había agua ni hielo que pudiese amortiguar
la sed que le abrasaba durante las últimas
semanas; por eso se le daba agua de Seltz (o
carbónica), que, en efecto, parecía proporcionarle
algún alivio. Pero pensando que era una bebida
costosa, rehusó absolutamente tomarla. Para
tranquilizarle, fue menester que los coadjutores
Buzzetti y Rossi le demostraran que sólo costaba
siete céntimos la botella.
Monseñor Cagliero estuvo de vuelta el día
veintiséis y se dirigió en seguida al lecho de don
Bosco, que estaba precisamente pasando entonces un
momento doloroso. Al verlo de nuevo, le dijo con
trabajo estas palabras:
-Salvad muchas almas en las Misiones.
Al día siguiente, esperanzado todavía, quiso
saber Monseñor si el buen Padre curaría o no. Y,
con este fin, le preguntó si le permitía ir a
Roma, porque sin su consentimiento, no se movería.
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