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sin decir nada, ni siquiera al médico de cabecera
1. Este lo había advertido hacía poco y comprendía
lo penoso que debía resultarle el decúbito; le
propuso, pues, sajarlo. Don Bosco, dócil como un
niño, se sometió a ello. Estaban presentes los
otros dos médicos. El doctor Vignolo le hizo la
amputación de golpe y por sorpresa, ya que le
había dado a entender que la operación se podía
realizar al día siguiente. Al improviso dolor, don
Bosco lanzó un grito. La operación resultó muy
bien y el Santo, muy agradecido, estrechó la mano
del doctor, diciendo, a continuación, que se
sentía muy aliviado. Entró don Antonio Sala, pocos
minutos después, y le preguntó cómo se encontraba.
-Me han dado un corte magistral, respondió.
-Pobre don Bosco, habrá sentido mucho dolor.
-Pienso que el trocito de carne que me han
sacado no haya sentido nada.
Al mismo tiempo, sufría otra gran penitencia.
Dado que no podía moverse, sucedía que
frecuentemente su pobre cama quedaba malparada.
Por eso dijo una vez a don Antonio Sala:
-Tú sabes muy bien mi preocupación por el aseo;
pero ahora no puedo conseguirlo. Siempre estoy
hecho un asco.
Hacia las diez, fueron a visitarlo los
monseñores Krementz, ((**It18.529**))
arzobispo de Colonia, y Korum, obispo de Tréveris,
con su correspondiente séquito. Hablando con mucho
esfuerzo, les recomendó a los muchachos pobres y
les rogó que pidieran al Padre Santo una bendición
para él.
El día veinticuatro, por la mañana, tuvo la
visita de monseñor Richard, arzobispo de París.
Quiso don Bosco recibir su bendición; él le
complació, pero después, poniéndose de rodillas,
rogó a don Bosco que le diera la suya.
-Sí, contestó, bendigo a S. E. y bendigo a
París.
A lo que respondió el Arzobispo:
-Y yo hablaré de don Bosco a mi ciudad y
anunciaré a París que llevo su bendición 1.
Por la tarde, se encontraba tan mal que los
médicos declararon
1 Proc. ap. Summ., págs. 490-493.
1 Durante esta última semana, llegó a Turín
desde Bélgica, para consultar a don Bosco sobre la
comunión frecuente, el abate Temmermann, que no le
pudo hablar, pero supo por don Miguel Rúa cuáles
eran sus ideas sobre ello. El Abate, durante el
Congreso Eucarístico de Amberes, en agosto de
1890, ante una asamblea de sacerdotes, refirió el
resultado de aquel coloquio, según se lee en su
conferencia, publicada en las Actas. Son unas
páginas muy interesantes (Ap., Doc. núm. 96).
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