((**Es18.454**)
Misiones salesianas fueran amparadas y apoyadas.
Por fin, bendijo de nuevo a don Bosco.
Desde el doce de enero, pasaron por el Oratorio
muchos peregrinos franceses, belgas, suizos,
ingleses y alemanes, procedentes de Roma y
deseosos de ver a don Bosco y recibir su
bendición. Don Bosco, por cuanto pudo, los acogió
cordialmente recomendando sus hijos a su caridad
y, asimismo, a sus oraciones. Alguna vez, al
enterarse de que hubo peregrinos, a quienes no se
permitió entrar por orden del médico, se mostraba
contrariado.
((**It18.523**)) Don
Miguel Rúa informó al enfermo el trece de enero de
la afluencia de personajes a la portería del
Oratorio y del interés general por su estado; le
comentó también que no sólo los periódicos
católicos, sino también los adversarios escribían
sobre él con respeto y simpatía. Don Bosco le
respondió:
-Hagamos siempre bien a todos y nunca mal a
nadie.
Ocurrió en aquellos días un episodio singular.
A cierta hora del día, en que no había mucha gente
en la iglesia de María Auxiliadora, entró en el
santuario un chiquitín de aquel barrio, que
aparentaba tener tres o cuatro años, tomó del
lampadario una velita encendida, de las que
ofrecen los fieles, y se puso a caminar arriba y
abajo, lentamente y con aire devoto, llevando
siempre en la mano la candela y balbuciendo
palabras ininteligibles, a la manera de quien
recita salmos. Preguntóle don Luis Pesce,
encargado de la iglesia, qué estaba haciendo, y
respondió, sin dejar de caminar, que hacía el
funeral a don Bosco. La escena se repitió dos
veces, y alguno quiso ver en ella un aviso de que
don Bosco moriría pronto.
Pero, en el Oratorio, reinaba la más tranquila
confianza de que curaría. En efecto, cesaron las
oraciones ininterrumpidas de los alumnos ante el
altar de María Auxiliadora; no pensaron más en
ello ni los Superiores de la casa, ni los
Capitulares, ni el mismo don Miguel Rúa, absorbido
por múltiples asuntos. Y, viendo que, a la
precedente ansiedad, había sucedido tanta
tranquilidad, la Gazzetta, como de costumbre, tuvo
la desvergonzada desfachatez de publicar que la
enfermedad de don Bosco no había sido real, sino
una estratagema para tener el modo de sacar
dinero.
Pero el Siervo de Dios no perdió el buen humor.
El día quince por la mañana, después de oír la
santa Misa y recibir la Comunión, bromeaba sobre
su dificultad respiratoria y repitió a los
presentes la ocurrencia de los fuelles.
-Si pudierais encontrarme, dijo, un fabricante
de fuelles, para que viniera a arreglar los míos,
me haríais un gran favor.
(**Es18.454**))
<Anterior: 18. 453><Siguiente: 18. 455>