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su estado de sopor, indicaba gestiones que se
debían iniciar, providencias que tomar,
disposiciones legales que se habían olvidado y que
debían tenerse en cuenta. Los mismos médicos no
disimulaban su maravilla, al ver cómo conservaba
tanta lucidez de mente y tanta actividad.
El cardenal Alimonda, que le había obtenido del
Papa ((**It18.513**)) una
segunda bendición, después de la de monseñor
Cagliero, no cabiendo en sí de gozo, al saber que
había mejorado tanto, le escribió desde Roma:
Carísimo don Bosco:
Le envío mi más cordial enhorabuena por el
estado de su salud que mejora. Fueron muy
fervorosas y humildes las plegarias que se alzaron
de todas partes, máxime de sus hijos, los
Salesianos, elevadas al Señor para obtener esta
gracia; y ahora nos sentimos felices, al ver que
el Señor y la Santísima Virgen nos han escuchado.
No puede imaginarse, veneradísimo don Juan, la
gran preocupación de toda Roma por Vuestra Señoría
muy Reverenda. Cardenales, Arzobispos, Señores y
Señoras, puedo decir que todos, me piden con
ansiedad noticias de V. S.; saben que he venido de
Turín, me suponen enterado de todo y, por eso,
quieren que les informe sobre don Bosco. El mismo
Padre Santo, en el acto solemne de la recepción de
los peregrinos, en el momento en que le presenté
el óbolo de la Archidiócesis, la frase que, con
mayor interés, me dirigió fue ésta: >>Cómo está
don Bosco? Y se sobrentiende que le renueva otra
vez su apostólica bendición.
Bendito sea Dios que no permite dejar en olvido
a sus siervos, sino que los quiere amados,
reverenciados y bendecidos en toda su Iglesia.
Hice ya una visita a la iglesia del Sagrado
Corazón, y me agradó mucho; pero volveré de nuevo
para contemplarla con mayor detenimiento.
Me encomiendo a sus fervorosas oraciones, muy
querido don Juan, y a las de sus beneméritos hijos
de Turín. Y con la confianza de volver a
abrazarle, bueno del todo y con sus fuerzas
recuperadas, me profeso
Roma, 7 de enero de 1888.
Su seguro servidor
y amigo en Jesucristo,
Card. CAYETANO ALIMONDA, Arzob.
Ya hemos referido en otro lugar la visita que
le hizo el Duque de Norfolk, al dirigirse a Roma,
como enviado especial de la Reina Victoria, para
cumplimentar al Papa, con ocasión de su jubileo.
Aquel gran gentilhombre y grandísimo cristiano
estuvo arrodillado junto a su cama, cerca de media
hora. Aceptó varios encargos para el Padre Santo,
habló de la nueva casa en Londres, insistió en que
se organizase al estilo del Oratorio de Turín,
habló de cosas referentes a su patria y de las
misiones en China. Don Bosco le dirigió unas
palabras en favor de ((**It18.514**))
Irlanda. Por fin, pidióle el Duque su bendición y
partió.
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