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recitara en voz alta el acto de contrición, que él
acompañó con la mente. Después le dijo:
-Propagad la devoción a María Santísima en la
Tierra del Fuego.íSi supierais cuántas almas
quiere ganar para el cielo María Auxiliadora, por
medio de los Salesianos!
Don Bosco continuaba en sopor. Ya entrada la
noche, se despertó más sereno y tranquilo. Pidió
beber, pero hubo que negárselo, dados los
frecuentes vómitos. Entonces dijo:
-Aquam nostram pretio bibimus (Bebemos,
pagándola, el agua que es nuestra). Hay que
aprender a vivir y a morir.
El día treinta, por la mañana, le dijo don
Francisco Cerruti, al visitarlo, que la baronesa
Cataldi, una de las mayores bienhechoras
genovesas, había estado en el hospicio de
Sampierdarena para entregar la limosna de
cuatrocientas liras y recomendar que se rezase por
la curación de don Bosco. Añadió que él se lo
había agradecido en su nombre y le había
participado que la bendecía desde su lecho de
dolor.
-Sí, la bendigo, respondió conmovido.
El Ecónomo General, don Antonio Sala, que había
vuelto a Roma, fue llamado telegráficamente y
llegó por la tarde a hora muy avanzada. Apenas lo
supo don Bosco, preguntó con ansiedad a don Juan
Bautista Lemoyne qué noticias traía. Estas no eran
demasiado gratas. Lemoyne, confuso, amañó la
respuesta de modo que don Bosco se dispusiera a
que el mismo don Antonio Sala se las comunicara.
El buen don Bosco siempre había esperado y
repetido mil veces que no dejaría a sus hijos
deudas; en cambio, seguían gravitando los saldos
negativos por las obras de la iglesia del Sagrado
Corazón. ((**It18.504**))
Siempre es una humillación para el amor propio de
una persona dejar deudas en herencia, cuando uno
se marcha de algún sitio o, más aún, de este
mundo. Dios permitió que su Siervo cargase también
con esta cruz.
Don Antonio Sala traía al menos una buena
noticia. Al conde Vespignani, arquitecto de la
iglesia, de acuerdo con lo convenido del cinco por
ciento, se le debían abonar ciento cincuenta mil
liras. Era una enorme cantidad para la
Congregación, sobre todo en aquellas
circunstancias. Don Antonio Sala, pues, le rogó
que no se atuviera severamente a su derecho.
Dejóle el Conde que determinara el total de sus
honorarios. El Ecónomo diole a entender que su
propuesta sería muy inferior a lo adeudado.
-Diga y veremos, le respondió.
Don Antonio Sala propuso que, sin tener en
cuenta las cantidades ya desembolsadas, aceptase
el saldo de veinte mil liras.
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