((**Es18.434**)
El conde Próspero Balbo y su hijo César
consiguieron ver al enfermo con la condesa
Callori. Acercándose ésta a la cama, se arrodilló,
le pidió la bendición y se retiró en seguida,
porque no podía resistir su emoción. El nombre de
aquella ((**It18.500**)) mujer
fuerte, antigua bienhechora, generosa y constante,
se les recuerda insistentemente a los Salesianos
en muchos de los volúmenes que componen las
Memorias biográficas de San Juan Bosco.
El Siervo de Dios insistía, de vez en cuando, a
los médicos para que le dijeran claramente la
verdad de su estado, y, para animarles a ello, les
decía:
-Sepan ustedes que no temo nada. Estoy
tranquilo y preparado.
Por otra parte, él no se hacía la más mínima
ilusión. Don Pablo Albera, llegado de Marsella, le
había dicho:
-Don Bosco, es la tercera vez que llega usted a
las puertas de la eternidad y luego vuelve atrás,
gracias a las oraciones de sus hijos. Estoy seguro
de que también, esta vez, pasará lo mismo.
Y le respondió:
-Esta vez no habrá marcha atrás.
Presentóse a don Celestino Durando el señor
Saint-Genest, corresponsal del Figaro,
manifestándole el deseo de ver personalmente a don
Bosco. Recibióle amablemente y lo acompañó hasta
la antesala, donde se encontraban los doctores
Albertotti y Fissore. Y éste respondió a una
pregunta del periodista:
-Don Bosco está desahuciado, no tenemos
esperanza de salvarlo. Le aqueja una dolencia
cardiopulmonar; tiene lesiones en el hígado, con
complicaciones en la médula de la espina dorsal,
lo que le produce parálisis en las articulaciones
inferiores. No puede hablar. Le funcionan mal
riñones y pulmones.
E, interrogado sobre las causas de la
enfermedad, explicó:
-No hay ninguna causa directa. Es el resultado
de una debilidad general y de una vida gastada por
el trabajo incesante, no exento de continuas
inquietudes. Don Bosco se ha consumido por el
excesivo trabajo. No muere de ninguna enfermedad;
es un candil que se apaga por falta de aceite.
Y, dicho esto, entró con su compañero en la
habitación del enfermo, seguido de don Celestino
Durando, quien dejó entreabierta la puerta para
que el forastero pudiese ver.
Acabada la visita de los facultativos, volvió
don Celestino Durando a decirle que don Bosco
había oído que estaba allí un corresponsal del
periódico parisién, y que deseaba agradecerle la
benevolencia que siempre había demostrado con sus
obras. Entonces el doctor Fissore
(**Es18.434**))
<Anterior: 18. 433><Siguiente: 18. 435>