((**Es18.43**)
Cuatro o cinco días después de la aparición fue
a celebrar misa en casa de Doña Dorotea Chopitea y
oyó decir a la mamá de los Salesianos:
-He soñado con don Bosco, >>sabe? Esta noche he
soñado con él.
-Perdóneme, la interrumpió don Juan Branda;
esta mañana tengo que celebrar en seguida, en
seguida.
Las palabras de la santa mujer le habían
sobresaltado y no quiso escuchar más. Fuese
derecho a la capilla, se revistió y comenzó la
misa. Pero, después de recitar el Introibo y subir
los escalones, al inclinarse para besar el altar,
le invadió un gran terror y temblor y oyó en su
interior una voz que le decía:
-Cumple en seguida lo que te ordenó don Bosco;
si no, ésta es la última misa que celebras.
((**It18.38**)) Volvió
a casa resuelto a actuar. Hubiera querido pedir
consejo, pero no sabía a quién; no dijo nada al
confesor, temiendo que no interpretase la cuestión
en buen sentido. Sin embargo, se decidió. Llamó a
don Antonio Aime y, pidiéndole que guardara
riguroso secreto de cuanto iba a decir, le contó,
sólo en parte, lo que había visto la noche de la
octava de san Francisco, le descubrió el nombre de
los tres muchachos y le dio las oportunas
instrucciones. Que los llamase por separado, sin
que nada supiera el uno del otro; que les hiciera
saber claramente que lo conocía todo, que les
impusiera la obligación de decirle el nombre del
escandaloso. Que si se negaran o rehusaran hablar,
les levantara la mano. Que, después de preguntar a
uno, lo encerrase en determinada habitación donde
nadie pudiera hablarle. Que llamara luego al
segundo y lo tratara como al primero y lo llevara
a continuación a tal clase y lo encerrara allí.
Que interrogara, finalmente, al tercero, lo dejara
en su oficina y volviera a él, para referirle el
resultado de sus indagaciones.
-Aquí en esta hoja, terminó don Juan Branda,
escribo el nombre del que yo he visto como autor
del escandalo y, cuando tú vuelvas del
interrogatorio, confrontaremos este nombre con el
que te hayan dicho los muchachos.
Y dicho esto, tomó la pluma, escribió un nombre
y dobló el pliego.
El prefecto cumplió al pie de la letra lo que
le habían ordenado. El primer muchacho,
desconcertado, empezó negando, mas al ver que el
superior estaba seguro y resuelto, lo declaró. El
segundo y el tercero, al verse en el aprieto,
dieron la misma respuesta.
Don Antonio Aime volvió al Director y le
comunicó el resultado de sus indagaciones.
Entonces don Juan Branda desdobló el papel y se lo
mostró. Era el nombre del coadjutor denunciado por
los muchachos.(**Es18.43**))
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