((**Es18.428**)
-Mira en mi mesa: hay un librito con mis
memorias... Ya sabes a cuál me refiero. ((**It18.493**)) Tómalo
y dáselo después a don Juan Bonetti, para que no
vaya a parar a manos de cualquiera.
Era una especie de libreta, formada con hojas
de un libro de contabilidad, que él había hecho
cortar a guillotina, reducirlas a aquellas
proporciones y encuadernarlas fuertemente. Llevaba
este título, escrito a mano: Memorias desde 1841 a
1884-5-6, por el Sac. Juan Bosco, para sus hijos
Salesianos. Contenía las normas prácticas de
conducta a transmitir a su Sucesor y que ya hemos
especificado en el capítulo décimo del volumen
anterior. Fue redactado en 1884, cuando don Bosco
pensaba que había llegado el final de sus días, y,
durante los dos años que siguieron, hizo algunas
pequeñas añadiduras.
Dijo también a don Carlos Viglietti:
-Hazme también el favor de mirar en los
bolsillos de mi ropa; allí están la cartera y el
portamonedas. Pienso que no habrá nada dentro,
pero si hay algún dinero, entrégaselo a don Miguel
Rúa. Quiero morir de modo que se pueda decir: Don
Bosco ha muerto, sin un céntimo en el bolsillo.
Todas estas manifestaciones impresionaron de
tal modo a los Superiores que monseñor Cagliero
quiso administrarle la Extremaunción. Pero antes,
pidió don Bosco que se solicitara la bendición del
Padre Santo para él, lo que se hizo
inmediatamente. Después de recibir este último
sacramento, ya no habló don Bosco más que de la
eternidad, intercalando algún que otro aviso.
Díjole a Monseñor, que se disponía a bajar para
celebrar pontificalmente la misa de media noche en
la iglesia de María Auxiliadora:
-Una sola cosa pido al Señor: que pueda salvar
mi pobre alma. Te recomiendo que digas a todos los
Salesianos que trabajen con celo y con ardor.
íTrabajo, trabajo! Dedicaos siempre e
incansablemente a salvar almas.
Después concilió el sueño.
Los periódicos comenzaron a dar noticias de su
enfermedad. Unit… Cattolica del día veinticuatro
fue el primero en lanzar la noticia con este breve
suelto: <((**It18.494**))
agravado en su enfermedad y tememos seriamente su
irreparable pérdida. Lo encomendamos a las
oraciones de los católicos, ya que todas las
esperanzas de una mejoría están puestas sólo en
Dios>>.
Cuando la Condesa de Camburzano, ya mencionada,
leyó estas líneas, escribió a don Miguel Rúa una
carta llena de aflicción, en la
(**Es18.428**))
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