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((**Es18.425**) Habiéndose sentado junto a él el misionero don Valentín Cassini, díjole al oído, tras el primer saludo: -Ya sé que tu madre está pasando apuros. Háblame con franqueza y sólo a mí, para que nadie se entere de tus intimidades. Ya te daré, sin que nadie lo sepa, cuanto sea necesario. Pedía a todos con interés noticias de su salud, si estaban bien abrigados contra el frío, si necesitaban algo. Preguntaba, y esto también a monseñor Cagliero, cómo había pasado el día, qué ocupaciones tenía cada uno, qué trabajo especial llevaba entre manos. A los que le prestaban algún servicio y le velaban, les manifestaba su temor de que la privación del descanso y del recreo pudiera perjudicar su salud. Pero los enfermeros eran incansables. ((**It18.490**)) El coadjutor Pedro Enría depuso en el ya citado Proceso: <>. Era tan grande el cariño que sus hijos le tenían que estaban prontos a cualquier sacrificio por servirlo; pero también su corazón ardía en amor paternal por ellos. Recuerda Lemoyne a este propósito que, unos años antes, le había oído decir: -La única separación que sentiré, en punto de muerte, será la de tener que separarme de vosotros. Esta caridad le empujaba a distraer la mente de aquél a quien veía sufrir junto a su lecho. El día veintitrés por la tarde, fue a visitarle don Francisco Cerruti, a la misma hora en que los muchachos merendaban, y como viera don Bosco que no podía disimular su emoción, le preguntó medio en broma, medio en serio: ->>Has merendado ya? Pregunta a Viglietti si ha merendado también él. Pero, en ese afecto suyo, había una cosa más única que rara: quería a todos de tal modo que cada uno pensaba ser su predilecto. No han terminado aún las escenas de aquel día veintitrés. Hubo una larga consulta entre el médico de cabecera, Albertotti, y los doctores Fissore y Vignolo. Colocaron la cama en medio de la habitación. No encontraron en su organismo nada preocupante y declararon que, por el momento, no había ningún peligro próximo. El doctor Vignolo quiso probar la fuerza del enfermo e insistió en que le apretara la mano lo más fuerte que pudiera. -Mire que le haré daño, doctor, le advirtió sonriendo don Bosco. (**Es18.425**))
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