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-Prométanme rezar por mí, por los Salesianos y,
especialmente, por los Misioneros.
Un poco después, afectado intensamente por los
vómitos, preguntó a don Carlos Viglietti si no le
molestaba tener que soportar tantas miserias
suyas, y éste respondió:
-Sólo me causa pena, querido don Bosco, verle
sufrir tanto y no saber cómo aliviarle.
Volvió a decir don Bosco:
-Ya dirás a tu madre que le envío mis saludos,
que se preocupe de hacer crecer cristianamente a
la familia y que rece también por ti, para que
seas un buen sacerdote y salves muchas almas.
Cuando volvió don Juan Bonetti, le saludó con
una señal de la mano y le insistió en que
estuviera todo preparado para los Santos Oleos.
Dirigióse después a don Miguel Rúa, que acababa de
entrar en aquel instante, y le dijo señalando a
Viglietti:
-Cierto que está aquí continuamente esta buena
<>..., pero sería mejor que hubiese alguno
más.
Unas horas antes, había dictado a Viglietti una
carta para don Luis, el de Barcelona. Por la
tarde, volvió a ((**It18.489**))
rogarle que lo saludara de su parte y le dijera
que se acordara de nuestros Misioneros, que él se
acordaría siempre de su amigo y de su buena
familia y que los esperaba a todos un día en el
Paraíso.
Llegó Monseñor Cagliero y le dijo:
->>Te acuerdas de la razón por la que el Padre
Santo debe proteger nuestras Misiones? Le dirás lo
que hasta ahora se ha mantenido como un secreto
entre nosotros. La Congregación y los Salesianos
tienen como finalidad especial defender la
autoridad de la Santa Sede, dondequiera se
encuentren, dondequiera que trabajen... Vosotros
iréis, protegidos por el Papa, al Africa... La
atravesaréis... Iréis al Asia, a la Tartaria y a
otras regiones más. Pero tened fe.
Los principales Salesianos de la casa, don
Domingo Belmonte, don José Lazzero, don Joaquín
Berto, José Rossi, José Buzzetti y otros, se iban
turnando para acompañarlo a ratos en su
habitación. Aunque hablaba con mucha dificultad,
con todo les tributaba una cordial acogida. Ora
les saludaba bromeando a lo militar, llevándose la
mano a la frente, ora levantando y bajando la
mano, ora presentando al recién llegado al que
estaba a su lado y diciendo:
->>Lo ves? íEs él!
A veces, al ofrecer su mano derecha y estrechar
la del que besaba la suya, decía:
-Querido, sé siempre amigo mío.
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