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CAPITULO XXII
LOS PRIMEROS ONCE DIAS DE
ENFERMEDAD
NUESTRO querido enfermo estuvo en el lecho
cuarenta y dos días seguidos, con tres fases muy
distintas en el desarrollo de la gravedad. Del
veinte al treinta y uno de diciembre, anduvo de
mal en peor; del primero al veinte de enero, hubo
vislumbres de cierta esperanza; mas, a partir de
este momento, el final se precipitó de forma
incontenible. Antes de emprender la detallada
narración de las circunstancias, vamos a dar una
mirada general a la actitud del Siervo de Dios,
durante tan largo y doloroso espacio de tiempo; y
no podríamos hacerlo mejor que con los datos del
testigo mejor informado. El coadjutor Enría, que
pasó todas las noches a la cabecera de su cama,
manifestó con toda sencillez en el proceso
ordinario 1 su modo habitual de comportarse,
diciendo: <>. Callaba, naturalmente, sus dolores,
aunque se sirvió de la palabra hasta el último
momento cuanto pudo para conseguir el bien.
El médico impresionó fortísimamente a los
Superiores, al decirles el día veintiuno de
diciembre que, si el enfermo continuaba en aquel
estado, no tendría más de cuatro o cinco días de
vida. En efecto, no le apetecía nada; tenía
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frecuentes conatos de vómito; no se sabía qué
darle de comer. Respiraba, además, afanosamente y
tenía fiebre. Sin embargo, mostraba tranquilidad
de espíritu con ciertas bromas sencillas que
gastaba a quien le prestaba algún servicio.
Servíale el secretario un poco de caldo, trató de
sostenerle el tazón para que le fuese más cómodo
acercárselo a la boca, y le dijo:
-íYa! >>Te lo quieres tomar tú, eh?
Por la tarde mejoró un poco, escuchó la lectura
del periódico, con las noticias del jubileo de
León XIII, y abrió las cartas certificadas y de
valores declarados. Hacia las ocho y media, dijo:
1 Sumario, pág. 907.
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