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hacía más de un año que los misioneros habían
recibido orden de don Bosco de reunir armas,
labores y curiosidades de los salvajes para que
figuraran en aquella exposición, que tanto
contribuyó aquel año a honrar a León XIII, durante
los festejos de su jubileo sacerdotal. Después de
la comida, se entretuvo con dichos invitados,
dando a cada uno demostraciones de especial
afecto. Ya de vuelta en su habitación, dijo a don
Eugenio Reffo, de los Josefinos, que le había
querido acompañar hasta allí:
-Amigo mío, siempre te he querido mucho y
siempre te querré. Estoy ya en el final de mi
vida; ruega por mí y yo rezaré siempre por ti.
Por la noche, durante la cena, ya no tuvo ni
una chispa de animación; es más, se acercó a él
don Juan Bautista Lemoyne y diose cuenta de que
tenía vidriados los ojos y no daba señales de oír
lo que se le decía. Sólo permaneció algún minuto
en tal estado, pero era un síntoma muy triste.
A la mañana siguiente, lo encontró don Carlos
Viglietti tan mejorado que le rogó que le
escribiera unas frases en algunas estampas, que
quería enviar a ciertos Cooperadores Salesianos.
-Con mucho gusto, le respondió don Bosco.
Y empezó a escribir, Pero, cuando había escrito
dos, le dijo:
->>Sabes que ya no sé escribir? íEstoy muy
cansado!
Entonces le observó rápidamente Viglietti que
bastaban aquellas dos. Al dorso de la primera
había escrito: <>. Sobre la otra
estaba escrito: <>.
((**It18.482**)) Pero
no quiso dejar de escribir, porque:
-íEsta es la última vez que escribo!, dijo.
Y siguió escribiendo: <>.
Al llegar a este punto, Viglietti le
interrumpió, tomóle por la mano y le dijo:
-Pero, don Bosco, íescriba algo más alegre!...
Estas cosas dan pena...
(**Es18.417**))
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