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don Bosco, fue la velada del once de diciembre en
honor de monseñor Cagliero. Al final de la misma,
el homenajeado recordó su juventud y la de don
Bosco y presentó al vivo el amor que el Santo
había tenido siempre a los jóvenes. Embelesó al
auditorio con su fogoso y simpático lenguaje;
pero, dentro de los corazones, ((**It18.479**))
dominaba una nota de tristeza que todos sentían,
sin necesidad de que ningún signo exterior la
diera a conocer de forma sensible. Con todo, nadie
hubiera imaginado que la muerte de don Bosco
estuviera ya tan cercana.
Una simpática y muy íntima fiestecita fue la
tradicional vendimia del emparrado de delante de
sus ventanas. Por uno de aquellos delicados
cálculos, tan normales en don Bosco, la había
diferido tanto para que monseñor Cagliero pudiera
participar en ella. Sentado él en la pequeña
galería, disfrutaba viendo cómo sus hijos, con el
Obispo a la cabeza, cortaban los racimos, los
limpiaban y se los comían alegremente. La
simpática escena fue honrada con la presencia de
otro obispo y de un provincial de los Hermanos de
las Escuelas Cristianas, acompañado por un
religioso del mismo Instituto.
No quiso tampoco, en aquella ocasión, abolir la
costumbre de hacer partícipes de su vendimia a las
familias amigas. Por eso el conde Cravosio, el
veintiséis de diciembre, le agradecía el amable
recuerdo y las sabrosas uvas, enviadas a su casa,
añadiendo: <<íSólo siento que haya querido usted
privarse de ellas para mandárnoslas a nosotros!
Esto me demuestra, por otra parte, que gozo de un
puesto seguro en el recuerdo de usted, a quien
hace tantos años me liga mucha simpatía y
verdadera amistad. No puedo esperar que mis
oraciones las escuche el Señor, porque suelo pecar
setenta veces siete al día; pero, en esta ocasión,
me ilusiona pensar que el buen Dios escuchará mis
súplicas por la salud de don Bosco, ya que van
dirigidas con todo el corazón de su afectísimo
servidor>>.
El viernes, dieciséis de diciembre, lo visitó y
estuvo almorzando con él el joven sacerdote
boloñés, reverendo Bersani, que predicaba el
adviento en la iglesia de san Juan Evangelista. En
la mesa, don Bosco le habló secretamente al oído
y, después, le estrechó la mano con tanta fuerza
que le obligó a gritar:
-íQue me hace daño!
El Santo le miro sonriente y, después, le
preguntó:
->>Cuándo volverá a comer conmigo?
-No sabría decirle, respondió. Tengo muchos
buenos amigos en Turín, y, ((**It18.480**)) para
verlos a todos, voy a comer una vez en casa de uno
y otra en casa de otro.
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