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cuatro de diciembre. Don Bosco, que estaba
informado, hacía tiempo, de su venida, se alegró
mucho y envió a Génova a don Juan Bautista Lemoyne
para que, en su nombre y en el del Capítulo
Superior, le diera a bordo el primer saludo de
bienvenida. Hubo, sin embargo, un retraso de dos
días a causa de una fuerte borrasca.
Monseñor entró en el Oratorio el día siete por
la tarde, pasó a través de las más gozosas
manifestaciones, pero con los ojos fijos en
aquellas ventanas cerradas, tras las cuales estaba
esperando impaciente el Padre. Entró en su
habitación, seguido de los chilenos, don Antonio
Riccardi y don Valentín Cassini. Estaba el Santo
sentado en su modesto sofá. Monseñor cayó de
rodillas ante él, que lo abrazó, lo estrechó
contra su corazón y, después, apoyando la frente
sobre su hombro, le besaba el anillo, derramando
lágrimas. Los cinco compañeros del Obispo seguían
de rodillas a su alrededor, mientras que los
Superiores del Oratorio se mantenían a respetuosa
distancia, conmovidos y en silencio.
Don Bosco fue el primero en romperlo. Se le
había avivado más que nunca el recuerdo de la
violenta caída y le dijo:
->>Cómo estás?
Y, a su respuesta de que se encontraba bien,
bendijo al Señor. Sucediéronse después las
presentaciones, durante las cuales contemplaba
Monseñor con aflicción al Siervo de Dios. íQué
envejecido lo encontraba después de tres años!
La presencia del Obispo de Lieja impidió las
conversaciones íntimas hasta después de la fiesta
de la Inmaculada; pero, desde entonces, ((**It18.476**))
Monseñor aprovechaba todos los momentos para
sentarse a su lado y contarle muchas cosas, que
sabía le satisfacían. Vio que, a pesar de su
agotamiento, atendía siempre en confesión a los
que se presentaban con este fin. Y quiso
aprovecharse él también, temiendo que, de
improviso, le resultara imposible abrirle una vez
más su corazón. Depuso después en los procesos:
<>.
Otra cosa importantísima atestiguó Monseñor
Cagliero ante los jueces de la causa. Se sabe de
sobra, y especialmente lo sabía él, lo mucho que
había de celestial en el amor paternal de don
Bosco a los jóvenes. Pues bien, en las
confidencias cariñosas del buen Padre, durante
aquellos días, le dijo una vez:
-Estoy satisfecho de que hayas vuelto. Ya lo
ves, don Bosco es viejo y no puede trabajar más:
estoy en las últimas de mi vida. Trabajad
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