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Algunas tardes, sin embargo, si el tiempo lo
permitía, salía a dar un paseíto en coche por
prescripción del médico. Ya fuera de la ciudad,
andaba un poco, siempre sostenido, algún trozo de
camino. El día dieciséis, en uno de los paseos,
ocurrieron dos cosas notables.Durante el camino de
ida, fue recitando a don Miguel Rúa y a don Carlos
Viglietti párrafos de poetas latinos e italianos,
subrayando su valor moral y religioso, a más de la
hermosura de la expresión. Aseguraba don Miguel
Rúa que no los había vuelto a leer desde que acabó
sus cursos de latín en Chieri. De regreso, al
entrar por la avenida de Víctor Manuel, vieron
bajo los soportales al cardenal Alimonda, que iba
de paseo con su secretario. Hizo bajar
inmediatamente a don Carlos Viglietti para decirle
que deseaba hablarle, pero que no podía acercarse
hasta él. También don Miguel Rúa había saltado a
tierra. El Eminentísimo Cardenal corrió al
instante hacia él con los brazos abiertos y
exclamando:
-íOh, don Juan, don Juan!
Subió al coche, lo abrazó y lo besó
efusivamente. Los que pasaban, se paraban a
contemplar la hermosísima escena. Siguieron
lentamente los dos solos en el coche hasta la
calle Cernaia, donde se despidieron, y volvieron a
unirse con don Bosco don Miguel Rúa y don Carlos
Viglietti, dirigiéndose al Oratorio. Cuando
llegaron, subió las escaleras con inmensa fatiga,
de modo que, al pisar el último peldaño, volvióse
a don Miguel Rúa y le dijo:
-Ya no volveré a subir más estas escaleras.
Realmente, cuando, la tarde del día veinte,
quiso salir de nuevo, hubo que bajarlo sentado en
un sillón.
Inmediatamente después de la partida de los
Misioneros para el Ecuador, la Providencia
proporcionó a don Bosco una gran satisfacción con
la llegada de monseñor Cagliero. Las ((**It18.475**))
noticias, cada vez más alarmantes sobre la salud
del Padre, le habían hecho comprender claramente
que no estaba lejos el desenlace final; urgía, por
tanto, que se diera prisa para recoger, con su
último aliento, la postrera bendición del Padre.
Los hermanos que le acompañaron hasta el barco, en
Buenos Aires, decíanse con dolor unos a otros:
-Va a ser testigo de los últimos momentos de
nuestro querido don Bosco.
Viajó, como ya vimos, en compañía de tres
abogados chilenos en el Matteo Bruzzo, de la
compañía Veloce. La Dirección de esta Sociedad
tuvo la delicada atención de telegrafiar a don
Bosco, el día veintinueve de noviembre, desde
Génova: que el barco había levado anclas en Las
Palmas (Canarias) el veintiocho y que llegaría a
Génova el
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