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((**Es18.411**) Algunas tardes, sin embargo, si el tiempo lo permitía, salía a dar un paseíto en coche por prescripción del médico. Ya fuera de la ciudad, andaba un poco, siempre sostenido, algún trozo de camino. El día dieciséis, en uno de los paseos, ocurrieron dos cosas notables.Durante el camino de ida, fue recitando a don Miguel Rúa y a don Carlos Viglietti párrafos de poetas latinos e italianos, subrayando su valor moral y religioso, a más de la hermosura de la expresión. Aseguraba don Miguel Rúa que no los había vuelto a leer desde que acabó sus cursos de latín en Chieri. De regreso, al entrar por la avenida de Víctor Manuel, vieron bajo los soportales al cardenal Alimonda, que iba de paseo con su secretario. Hizo bajar inmediatamente a don Carlos Viglietti para decirle que deseaba hablarle, pero que no podía acercarse hasta él. También don Miguel Rúa había saltado a tierra. El Eminentísimo Cardenal corrió al instante hacia él con los brazos abiertos y exclamando: -íOh, don Juan, don Juan! Subió al coche, lo abrazó y lo besó efusivamente. Los que pasaban, se paraban a contemplar la hermosísima escena. Siguieron lentamente los dos solos en el coche hasta la calle Cernaia, donde se despidieron, y volvieron a unirse con don Bosco don Miguel Rúa y don Carlos Viglietti, dirigiéndose al Oratorio. Cuando llegaron, subió las escaleras con inmensa fatiga, de modo que, al pisar el último peldaño, volvióse a don Miguel Rúa y le dijo: -Ya no volveré a subir más estas escaleras. Realmente, cuando, la tarde del día veinte, quiso salir de nuevo, hubo que bajarlo sentado en un sillón. Inmediatamente después de la partida de los Misioneros para el Ecuador, la Providencia proporcionó a don Bosco una gran satisfacción con la llegada de monseñor Cagliero. Las ((**It18.475**)) noticias, cada vez más alarmantes sobre la salud del Padre, le habían hecho comprender claramente que no estaba lejos el desenlace final; urgía, por tanto, que se diera prisa para recoger, con su último aliento, la postrera bendición del Padre. Los hermanos que le acompañaron hasta el barco, en Buenos Aires, decíanse con dolor unos a otros: -Va a ser testigo de los últimos momentos de nuestro querido don Bosco. Viajó, como ya vimos, en compañía de tres abogados chilenos en el Matteo Bruzzo, de la compañía Veloce. La Dirección de esta Sociedad tuvo la delicada atención de telegrafiar a don Bosco, el día veintinueve de noviembre, desde Génova: que el barco había levado anclas en Las Palmas (Canarias) el veintiocho y que llegaría a Génova el (**Es18.411**))
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