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le señaló tres muy reconocibles, aunque tenían sus
caras muy desfiguradas.
->>Ves estos tres desgraciados? Los ha
corrompido uno que tú no creerías, si no hubiera
venido yo a decírtelo. Y he venido porque era
necesario que te descubriese este misterio de
iniquidad. Tú te fias de él, crees que es bueno y
así lo parece exteriormente. Es el coadjutor...
(y dijo nombre y apellido). Ese es el asesino del
alma de estos jóvenes.
Mira en qué estado se encuentran.
Al oír don Juan Branda aquel nombre se quedó
frío. Jamás hubiera sospechado tanta iniquidad en
él. Pasaba efectivamente por bueno y tenía
exteriormente una conducta intachable. Don Bosco
continuó:
-Mándalo en seguida fuera de casa. No toleres
que permanezca en medio de los jóvenes. Sería
capaz de corromper a otros.
Entre tanto seguían andando, pasando de un
dormitorio al otro y contemplando uno a uno a
todos los que dormían. Don Bosco le señaló a
varios que tenían la cara descompuesta y deforme.
Salieron de los dormitorios, recorrieron toda la
casa. Escaleras, habitaciones, patios estaban
inundados de luz, como si fuera de día. Don Bosco
andaba expeditamente, como si apenas hubiera
cumplido cuarenta años. Volvieron a la habitación
de don Juan Branda. Allí, en un rincón, junto a
una estantería, aparecieron los tres pobres
muchachos en actitud de quererse esconder para
escapar a la mirada de don Bosco; tenían ((**It18.36**)) la cara
repugnante. Junto a ellos estaba también el
coadjutor, inmóvil, con la cabeza baja, temblando
y dispuesto como un condenado a muerte camino del
patíbulo. La fisonomía de don Bosco tomó un
semblante terriblemente severo y, señalándolo,
dijo a don Juan Branda:
-íEste es el que pervierte a los jóvenes!
Y, volviéndose después al reo, le gritó con un
tono de voz aplastante:
-íPerverso! Tú eres el que roba las almas al
Señor! íTú el que traiciona de este modo a sus
superiores! íEres indigno del nombre que llevas!
Y, con este acento amenazador, continuó
apostrofándolo, haciéndole ver la enormidad de su
culpa, mantenida y callada meses y meses en la
confesión. Aparecía también un clérigo junto a
aquellas figuras; estaba en actitud de humillado,
pero no descompuesto como el coadjutor. Don Bosco
miróle también a él, aunque no tan severamente, y
dijo a don Juan Branda:
-Aleja también a éste de casa; porque, si se
queda, causará graves caídas.(**Es18.41**))
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