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Finalmente le preguntó cómo se encontraba de
salud, pero lo hizo con un cariño casi más
paternal que de costumbre.
-Cuídate, le dijo después; es don Bosco quien
te lo dice o, mejor, te lo manda. Haz por ti lo
que harías por don Bosco.
Al oír estas palabras, don Francisco Cerruti no
pudo contener su emoción. Entonces él le tomó las
manos y le dijo:
-Animo, querido Cerruti... Deseo que nos
juntemos gozosos en el paraíso.
La delicada salud del Consejero escolástico
general justificaba estas aprensiones; los méritos
extraordinarios que adquirió durante el período
constituyente de la Congregación nos explican
bastante la solicitud paternal de don Bosco.
El acontecimento más notable del mes de
noviembre fue una singular ((**It18.467**))
imposición de sotanas, de manos de don Bosco, al
polaco Víctor Grabelski, diplomado en varios
doctorados; al ex-oficial francés Natalio Noguier
de Malijay; a un joven inglés que no perseveró, y
al príncipe Czartoryski que se destacaba entre
todos por su estatura y posición social. Este,
cuando por fin arrancó el consentimiento de su
padre, llegó a Turín el treinta de junio y, el
ocho de julio, ya era aspirante. Sus parientes
estaban persuadidos de que una veleidad pasajera
le había impulsado hacia la Congregación y que,
por tanto, las primeras incomodidades de una vida
tan distinta a la suya le harían tomar el camino
de vuelta. Es fácil, pues, imaginar cómo les
sentaría la invitación para acudir a una función
que significaba el desprendimiento, si no
definitivo, sí muy profundo de su pasado. Le
escribieron unos en pro y otros en contra. Su
padre, a quien Augusto le había hablado de una
prueba que duraría dieciocho meses, consideró que
era demasiado prematuro vestir el hábito
eclesiástico, cuando apenas habían transcurrido
seis. Sin embargo, decidió finalmente ir a Turín.
Y se presentó con su esposa, madrastra de Augusto,
con los dos hermanos de padre, una tía y el médico
de la familia.
Abrigaban todos la confianza de apartarlo de su
determinación; por lo que, para poder llevar a
cabo su plan, se anticiparon algunos días al de la
ceremonia, que estaba fijada para el veinticuatro.
Estaba sumamente irritada su tía, sospechando que
se había presionado al Príncipe, cuya salud era
delicada, con fines interesados. El, al darse
cuenta de las intenciones de la visita, hubiera
deseado privarse del gusto de entretenerse con
ellos, pero se atuvo al consejo de los Superiores,
que le recomendaron tratase a sus familiares con
todo cariño. Ellos sacaron a relucir razones
sentimentales y de intereses y hubo, en las
conversaciones, momentos verdaderamente trágicos.
Pero Augusto,
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