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a los que violan esta virtud. Se encuentran bien y
de pronto mueren. íAh, la muerte como consecuencia
del vicio!
-Fue un sueño, continuó, en el que dominaba
solamente una idea pero ícuán grande y espléndida!
Mas yo no me encuentro en condiciones de hablar
mucho sobre esto, me faltan las fuerzas para
exponer cuanto vi...
-Bien, replicó Lemoyne, no se canse. Tomaré
nota de cuanto me ha dicho y en ocasiones
sucesivas me irá explicando lo que recuerde de su
sueño.
-Hazlo así. El tema es muy importante y lo que
he visto podrá servir de norma en muchas
circunstancias.
Desgraciadamente, don Juan Bautista Lemoyne, no
creyendo tan próxima la muerte del Siervo de Dios
y encontrándolo siempre cansado u ocupado en algún
trabajo, no se atrevió a preguntarle sobre este
sueño y el buen Padre partió para la eternidad sin
decir nada más.
La tarde del cuatro de diciembre, habló sobre
la marcha general del Oratorio, con don Francisco
Cerruti, a quien mandó llamar expresamente hacia
las seis y media de la tarde. Apenas entró en su
habitación, díjole don Bosco:
-No tengo nada importante que decirte. Sólo
quiero que hablemos un poco y que tú ((**It18.466**)) me
informes totalmente de las cosas de la casa.
Estas palabras impresionaron mucho a don
Francisco Cerruti, sobre todo porque era la
primera vez que don Bosco le preguntaba
directamente sobre el asunto, después de su
traslado a Turín. La conversación fue larga; se
sucedían las preguntas a las preguntas y el
interrogado le dio cuenta exacta de todo. Entre
otras cosas, don Bosco le confió una duda. Siempre
había considerado como lo mejor, que se
concentrase en manos de uno solo la administración
económica del Oratorio, unificando en un mismo
cargo las distintas cajas de cobros y pagos. Pero
ahora le parecía que don Miguel Rúa era de opinión
contraria. Don Francisco Cerruti logró
desengañarlo, demostrándole que su Vicario era de
idéntico parecer y que se esforzaba, aunque sin
lograrlo todavía, en arreglar las cosas de aquel
modo.
Le hizo después una recomendación. Ya hemos
aludido a que don Domingo Belmonte, elegido
Prefecto de la Congregación en el Capítulo General
de 1886, era, en realidad, director del Oratorio,
y que don Celestino Durando seguía ejerciendo de
hecho aquel cargo. Tal modo de actuar podía seguir
así, mientras viviese don Bosco, pero preveía que,
cuando él faltase, se podían generar
inconvenientes. Insistió, por tanto, en que se
regularizase la situación lo antes posible.
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