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situación de cada una de ellas y el estado de todo
su personal. Desgraciadamente le faltaron fuerzas
para contar los detalles de cuanto había visto.
Había regresado momentáneamente de Roma don
Antonio Sala, enviado allí, como se dijo, para
examinar bien el estado de cuentas. Don Bosco
esperaba conocer el resultado y las consecuencias
de aquella inspección. Ambas cosas las encontramos
en las actas del Capítulo del veintiocho de
octubre: trescientas cincuenta mil liras de deuda;
suspensión de obras, salvo las de los dos altares;
propuesta de solicitar un empréstito. Algunas
noches después, al salir del refectorio, oyendo
mencionar aquellas deudas, se paró a un extremo de
la mesa y exclamó:
-íOh, esto es mi muerte!
Sus presentimientos de la proximidad de la
muerte afloraban constantemente en sus breves
conversaciones. Hacía tiempo que don Antonio Sala
tramitaba la adquisición de un terreno en el
camposanto, donde dar sepultura a los Salesianos
que fallecían en Turín, pero no acababa de
conseguirlo. Don Bosco lo estimulaba a que se
diera prisa.
-Arréglatelas, le dijo un día; si, cuando yo
muera, no está preparado el sitio en el
cementerio, haré que me lleven a tu habitación, y,
entonces, con este trasto ante tus ojos, ya te
espabilarás para encontrarlo.
Y profirió estas últimas palabras en un tono
tan gracioso que, a pesar de lo triste del caso,
hizo sonreír a los presentes. Don Felipe Rinaldi
contaba que, en otra ocasión, repitiendo la misma
recomendación, se expresó así:
-Si no me preparas un sitio, me tendrás seis
días en tu habitación.
Y no fue propiamente en su habitación, pero sus
restos mortales permanecieron seis días exactos
sin enterrar, confiados a los cuidados de don
Antonio Sala, en espera de la autorización para
ser inhumados donde lo fueron.
Dijo también una frase misteriosa, al visitar
al salesiano ((**It18.464**)) don
Luis Deppert, gravemente enfermo y ya
sacramentado. Fue a confortarlo y le dijo:
-Animo. No te toca a ti esta vez; hay otro que
debe ocupar tu puesto.
Y fuera cual fuere la intención que quiso dar a
su última frase, el hecho es que no sólo don Luis
Deppert sanó y que fue don Bosco el primero en
morir en el Oratorio, sino que, cuando hubo de
postrarse
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